En Cumaná serán más pobres y atrasados,
más simples y acalorados, menos urbanos y más tradicionalistas, menos tocados
por el derroche y la corrupción de PDVSA que el chavismo-castrismo-madurista ha
levantado con espuelas desde 1999, et cétera; pero, al igual que en Ciudad
Bolívar y los Andes, aún se consiguen casas grandes y pequeñas, antiguas, coloniales y solariegas, algo más modernizadas
y acogedoras, con techos altos e inclinados, decorados sencilla o
elaboradamente, con tejas, arcos, bóvedas, nichos y patios interiores que
refrescan y distraen con ruidos de pájaros. Mientras que en Puerto la Cruz,
Caracas y Maracaibo prima lo estandarizado, estereotipado, antipoético, aburrido,
monocorde y monocromático, el mal gusto general y la reducción al mínimo de lo
creativo, y se pasa por alto el calor, la humedad, las variables climáticas,
las caídas de agua en los aguaceros, el jardín o las plantas decorativas, los
rayos de sol como de luna. La arquitectura colonial tiene sus adelantos
(también sus peros) que llegó a Venezuela desde España y a su vez a España
desde Roma, Oriente Próximo, El Levante, el norte de África, Asia Central y
ahora la invasión amarilla china.
Mientras más atrás en la Historia más se
percibe que, a pesar de todo, antiguamente el arquitecto, el albañil, el
fontanero, el obrero, el decorador, etc, era más consciente y perceptivo, más
artista, más creyente en los cánones del maestro de obras, en comparación con
el constructor de hoy, más estereotipado y mecanizado, menos detallista y
original, más simplón, menos intuitivo e inciado en los principios y arcanos esotéricos
como lo era el masón gótico, más pendenciero y demasiado pendiente de los
churupos que nos saca.
La Segunda Guerra Mundial, con excepción
de los grandes y célebres arquitectos creativos y rebeldes, contrarios a la
uniformidad, la mediocridad o la inmediatez y el plagio, pero siempre a la
vanguardia en las tendencias, amputó la imaginación que quería librarse de lo
banal y repetitivo o artificial que dejaron la Revolución Industrial del siglo
XIX, el comunismo y el socialismo mecánico, dogmático, iluso e idiota. Ese es el
problema derivado de las Grandes Guerras Mundiales y de algunos países con
ansias grandes y estrepitosas que en aras de la dominación a ultranza y el
imperialismo en la que caen siempre las naciones predominantes y avasallantes hacen
de todo para que se pierda la noción o el concepto de lo bueno, bello y
verdadero que tienen los valores espirituales, los únicos capaces de sacar de
cada uno y cada una lo creativo, imaginativo y religioso que anida en nuestro
interior. Ello nos debe hacer reflexionar hondamente ya que a menos que nos
espiritualicemos profundamente nuestra actual civilización no podrá trascender
y pasar a mayores. A menos que regresemos a la tierra no habrá paz, bienestar o
armonía general y a menos que nuestros arquitectos, ingenieros y urbanistas se
rebelen en contra del concreto, el ángulo recto, la línea recta, esclavos de la
geometría ideológica atea o irreligiosa, albergaremos una masa social
aletargada de robots, autómatas y delincuentes enfurecidos y estúpidos de paso
que no llegan a ser felices y diferentes porque no son educados para superarse
internamente. ¡Salgamos de esto ya! ¡La cura es oxigenarnos lo más posible!
Yo soy como las proteínas de
los viejos y nuevos mundos que se resaltan cuando hay buena disposición por
parte de los humanos que se dan cuenta que para sobrevivir o existir con creces
y altura saben que lo fundamental es nutrirse con lo mejor, más potente, fuerte
y duradero. La proteína vegetal y la animal no cadavérica son la únicas
sustancias que si son bien tratadas son capaces de elevarnos biológica,
química, etérica, astral, espiritual y culturalmente hablando. Siempre he
pensado que la base de todo, aquello que soporta, fija y estructura los
minerales naturales debe absorberse y valorarse en principio. Por eso, lo que
importa es aquéllo que la Madre Naturaleza produce en primera instancia, contiene,
almacena, acumula durante meses, años o siglos, como las sequoias y el género pinus, aquéllo que transforma bioquímicamente
porque al ser un producto o derivado de los elementos naturales fundamentales,
en buen estado e íntegros, las personas que cohabiten con ellos o los utilicen
inteligentemente estarán a tono con la estructura ecológica, biofísica y
bioquímica elemental con la que el Ser Supremo nos formateó, insufló la vida,
el aliento cósmico, el pensamiento de las cosas del ecosistema que ocupemos. La
primera regla de vida, si no la cardinal por antonomasia por lo menos una del
decálogo básico, es que los humanos, para subsistir o vivir mucho tiempo y en
condiciones óptimas, deben acercarse a las Fuentes, las Raíces, las Potencias
de la Naturaleza y, según mi apreciación, el Poder, el Trono principal reside
en los árboles. De ahí es de donde yo extraigo mucha fuerza, mucha energía. Al
ver un árbol que llama mi atención yo absorbo su aura, su forma, su impresión.
Es matemático.
Pero aquí en Gaia, debido a las
pérdidas de conocimiento a lo largo de las generaciones, la falta de cultura y
educación debido al descenso de la calidad de vida por las corrupciones y
degeneraciones de buenas y milenarias tradiciones orales y escritas, que tienen
siempre su origen en el conocimiento culto y oculto de las cosas, ocurre que la
mayoría de la gente tiende e olvidar que nada puede sustituir aquello que la Naturaleza
provee con alta calidad y durante un largo tiempo, día tras día, consecutiva y
pacientemente. Es como la manera en que se vive. Antes los humanos, excepto
cuando ha habido períodos de miseria, pobreza, atraso o retroceso, falta de
sabiduría, conocimiento tradicional, información veraz, etc, sabían que las
viviendas que ocupan deben tener techos altos o muy elevados, de por lo menos
3.50-4.00 metros de alto, cónicos o espiraloides muchas veces. Sin embargo, hace
siglos que la construcción se ha ido uniformando a tal punto que la gran
mayoría de los apartamentos o viviendas que habitamos las personas hoy día en
las ciudades tienen (¡por desgracia!) techos bajos, demasiado bajos, y rasos o
planos, y por eso hace tiempo que parecemos cada vez más cucarachas alojadas mal
que bien en edificios tipo colmenas y ratoneras y esto ha ocasionado que a
nuestra manera de vivir y pensar, etc, se le haya puesto obligatoriamente un
nivel o techo tan bajo y raso que no nos hemos cuenta hasta qué punto esta
forma de vivir nos limita y perjudica espiritual y filosóficamente que no nos
pone a ver la vida en forma global, panorámica. Pero, bueno, hace ya mucho
tiempo que nuestros estadistas, presidentes y gobernantes dejaron de ser
filósofos y observadores acuciosos de la Naturaleza y nos movemos en medio de
situaciones muy contradictorias que se entrecruzan y matan entre sí.
Vivir en edificios de tantos y
tantos pisos de altura o en rascacielos con tantos y tantos cubículos
superpuestos uno encima o al lado de otros, que se reproducen durante metros y
metros en sentido horizontal y vertical, significando que vivan cientos de
personas hacinadas, ricas como pobres o de clase media no puede traer nada
sano, bueno y hermoso ultimadamente. Para comenzar, ningún ser humano debiera
vivir como una cucaracha, rata o topo en apartamentos reducidos, mínimos, sin
espacio para moverse, a menos que nos empecinemos en chocarnos unos con otros y
veamos muy menguada y desarmonizada nuestra convivencia en común. A menos que
querramos vivir acuartelados, ensimismados, cada uno en su esfera particular o
privada, tipo Gregorio Kafka, hasta que logra escapar y salir a la calle para
coger aire o cambiar de aire. Por consiguiente, no cuesta mucho imaginar la cantidad
de asesinos, asesinas, desequilibrados y psicópatas que se generan en nuestras
ciudades-dormitorios encerrados y asfixiantes por una causa u otra.
No entiendo a los arquitectos
y urbanistas de hoy cada vez con menos sindéresis, sentido de la armonía, gusto
por el espacio, el horizonte, el cielo. Por ejemplo, construir, levantar
ciudades como son casi todas las de hoy, donde sus habitantes no ven el cielo y
el horizonte porque la vista a un espacio abierto con tierra, árboles,
animales, hortalizas, caminatas, piedras y esculturas y murales artísticos se
ve obstaculizada por una serie de construcciones de cemento, ladrillos, piedra,
etc, me parece una locura. Eso de hacer ciudades con miles de cajitas de
fósforos donde no se puede ver el horizonte diurno o la bóveda celeste de noche
es demencial (debería haber un espacio abierto, grande, entre un edificio y
otro que no le quite la vista al de al lado, enfrente o detrás), es darle la
espalda a los elementos que desde los orígenes del mundo nos crearon,
conformaron y enriquecieron mental, espiritual, física y socialmente.
Por eso, a menos que erradiquemos
o sustituyemos esta manera insana y perjudicial de ponernos a coexistir y
convivir nada bueno saldrá y durará. Las ciudades y pueblos grandes deberían
seguir un crecimiento fibonacciano como hacen tantas plantas y organismos
vivientes de la Naturaleza, Es imposible que tengamos una sociedad feliz, creativa
y saludable, si mantenemos este tren de vida que con variantes no ha cambiado
desde que los humanos decidieron hacer ciudades, pueblos y aldeas grandes para
juntarse y coexistir en grupos. El problema es que el hacinamiento, la sobrepoblación,
pero sobre todo la filosofía de vida que hemos adoptado y queremos mantener forzozamente
nos está desnaturalizando y degradando cada vez más y sin que nos demos cuenta
que debemos cambiar el modo de pensar, sentir, actuar, so pena de que nos
volvamos insoportablemnte maleducados y malcriados.
A menos que regresemos a la
tierra, habrá más y más crisis, enfermedades nerviosas y psicosomáticas.
Seguiremos viviendo en cajas de fósforos como sardinas en lata, sin mucha clase
e imaginación, creyendo que nos hemos vuelto muy modernos y progresistas, pero
cada vez más alienados, dicotómicos, absurdos, neuróticos o neurasténicos,
insatisfechos y consumiendo como niguas, creyendo que de esta forma vamos a solucionar
problemas que vamos creando y almacenando sin darnos cuenta y todo por nuestra
filosofía de la vida tan poco razonable y falta de gracia, con centros comerciales que
han reemplazado los templos y teatros de antaño, que nuestros problemas crecen
y crecen como enredaderas selváticas. ¿Por qué tenemos que vivir en selvas de
cemento, cristal, plástico, granito, mármol, ladrillo y metal, con hollín,
humo, ruidos, cornetas y legiones de automóviles, autobuses infernales, con
direcciones que muchas veces no conducen a nada? ¿Por qué no nos quedamos en la
jungla, viviendo entre mosquitos y anacondas?
Nada puede reemplazar esta
regla básica y universal: cada familia debiera poder vivir en una casa y no en
una casucha o un rancho en un rascacielo, en el piso décimo o treinta de un
edificio feo y sin gracia que se parece a muchos más a su alrededor y donde una
pila de cucarachas, roedores o gusanos viven mal con servicios públicos que
fallan y son imposibles de mantener limpios, en buen estado, eficaz y
eficientemente. Por eso mismo, el 90% de nuestras ciudades desaparecerán un día
porque sencillamente no sirven más porque están implantando un estilo y una
calidad de vida tan poco armónica, civilizada y agradable, que no recicla y
reinventa periódicamente. Habrá que construir miles de ciudades-jardines, miles
de urbes sabrosas y atractivas donde nuevas generaciones humanas puedan ser más
dichosas, estar más a gusto con sus creaciones, trabajos, pasatiempos, obligaciones,
y puedan dedicarse más a conocer a su Dios y su Diosa en sus ratos libres, sin quedarse
en habitaciones y cuartos donde no se sientan aplastados, enrejados, arrinconados,
limitados visualmente por techos, paredes, puertas, etc, que dificulten e impidan
sus movimientos y deseos sexuales, corporales, cuanto sea que deseen. Habrá que
edificar viviendas verdes, en contacto con el aire, el agua, los demás
elementos naturales, como las creaciones arquitectónicas que diseñé décadas
atrás, en París, México D.F., Caracas, cuando ya, a los 20 y pico de años,
pensaba y me daba cuenta lo mal que vivíamos, cada vez más distanciados de la
Naturaleza, el espacio, el cielo, los colores exóticos, las formas y los
perfumes en general.
Construcciones verdes,
ecológicas y hermosas por todas partes, simbióticas, gráciles, en sintonía unas
con otras son las que necesitamos cada vez más, en contacto con el medio
ambiente y no divorciadas de él. Si no, terminaremos como en las películas
horrendas de ciencia ficción, que se
producen en los EE UU, donde reina la pesadilla, el terror, la delincuencia, la
locura y la desidia, controladas por fuerzas del orden totalitarias que demuestran
que de seguir el mal camino de nuestra sociedad deshumanizada e insulsa
terminaremos destruyéndonos sin remedio y piedad. Yo no quiero vivir en un
mundo así, me niego a terminar como una rata o cucaracha, piojo, larva, porque
no hice nada para rebelarme y pararle el trote a los arquitectos, urbanistas,
políticos y médicos que querían a como diera lugar convertirme en un número
más, un monstruo kafkiano u orwelliano, igual a millones y millones más sin
ganas de vivir, ser felices y emocionados ante un atardecer, una aurora, una
noche atestada de estrellas y planetas. Dios nos salve de perecer cual
cucaracha o mosca aplastada por miles de cucarachas y moscas enceguecidas y
tambaleantes.
Pienso que la quinua y el
amaranto de las sociedades precolombinas nos van a salvar del hueco negro
supermasivo creciendo en nuestras urbes cada vez más oscuras, locas, terroríficas,
cada vez más enfermizas y mortales. Nuestra buena tierra o mar los produce,
amamanta, crea y recrea una y otra vez donde ninguna creación terrestre (océanica
o lacustre) se parece a otra, ya que cree a rajatablas –porque así es el arquetipo
o modelo cósmico que los causó- en la originalidad, lo biodiverso y fecundo, lo
sabio: valores que los humanos parecen olvidar, denigrar, no darle la
importancia que se merece porque se desnaturalizan. En suma, debemos cuidar,
encariñarnos, dulcificar nuestras pulsaciones, latidos, fluidos, órganos,
herramientas innatas. Bossa Nova, salsa, texmex, tango, golpe y bolero con todo
y genio margariteño por supuesto si queremos mejorar nuestra calidad de vida.
Puerto la Cruz, 4-5 de enero
de 2015