domingo, 27 de octubre de 2013

Dictado súbitamente a toda velocidad en un 55% u 89%


Esta es la entrada No. 268 en mi blog, iniciado en otoño, el jueves 25 de septiembre de 2008, en el valle de Caracas o Nueva Jerusalén en construcción. Paso a A Day in The Life con los Beatles.

New Kadonai 34.2. Obra del Autor. Caracas. 2009. 

Desde muy joven me di cuenta que mi casa, donde yo me residenciara un tiempo prudencial, debía ser una fábrica de ideas novedosas, creativas, poderosas, fuera de lo común; una especie de taller y laboratorio experimental, ultramoderno, abierto como una sabana; un espacio-hogar donde se elaboraran ideas, proyectos haomáticos, trascendentales, que fueran funcionales, cual carrefour y panal de gentes alegres, amables, simpáticas, estimulantes, poco sectarias. He sido del anti-Establecimiento desde mi mocedad y seguiré así hasta que mi existencia acabe de un modo u otro. Por eso mismo todos los inventores me atraen, sea del campo que sea, desde el ingeniero en biomasa que crea un nuevo medio para producir energía buena, barata y productiva, hasta el que se avispa y crea un nuevo medio de transporte áereo, terrestre, lacustre, marítimo, intraterrestre, interdimensional, que viaje a la velocidad simultánea de la superluz que aún está por descubirse en la Tierra y va mucho más allá de lo que Einstein calculó y delineó en sus teorías y teoremas.

Creo que lo que distingue a un país de otro, una civilización de otra, una familia o centro urbano de otro, un segmento de la población de otro es el número, la calidad, la intensidad, la variedad y la sofisticación de sus innovadores, inventores, autores, descubridores, creativos y visionarios, porque de lo contrario seríamos una especie decadente, débil y temblorosa, que no puede ver más allá de sus narices, unos pobres especímenes descerebrados y desdentados con una vida errática y un criterio tan convencional y conformista como blandengue que produciría espanto y horror, si se le analizara minuciosa y objetivamente. A mí lo que me choca es la monotonía, la rutina que vuelve idiota, la pereza mental y emocional, la estandarización insulsa, mecánica, donde nada pasa y todo es invariable, gris, monocromático y estúpido, poco vivificante, se sigue la corriente sin imaginación y creación y se le rinde pleitesía a la mediocridad. Nada más alejado de lo que me forjé durante mi adolescencia precoz y rebelde cuando quería romper salvajemente con todo aquello que me constreñía, reprimía y entristecía. Mis primeros escritos en inglés y en español fueron todo menos sosegados, complacientes y púdicos, más bien muy crudos, duros, tormentosos y poco románticos. Vivía o estaba inmerso en el Apocalipsis de San Juan y entendía perfectamente a Rimbaud como a Dostoievski y Nietzsche a quienes devoré antes de los 20 años. Al despertar durante la secundaria mientras estaba en los colegios de Eaglebrook y Hotchkiss y la universidad de Harvard, donde apenas estuve tres semanas y pico, iba como montado sobre un dragón chino cada vez más acelerado que lanzaba llamas y creía realmente que había que voltear por completo al mundo, ponerlo a temblar de cabo a rabo, y dejara atrás esa muerte en vida tan absurda como atroz que me rodeaba por todos lados y a la que no le veía mayor lógica.

Plutón me inició y conscientizó mientras que Urano me liberó y transformó. Todo comenzó a los 15 años y ya a los 19 años había cambiado mi destino para siempre y no había marcha atrás. Esto lo capté e hice mío muy temprano y mi primer libro, Violeta Siete, escrito y publicado a los 20 años, en París, la ciudad luz, contenía ya la semilla agreste y gala de cuanto mencioné en el párrafo precedente aunque mis primeros escaneos con el lenguaje no fueron nada fáciles visto que tenía una pila de lenguas y alfabetos vivos y muertos en la cabeza y me costaba bastante hacerme entender rápida y eficazmente pues el ensamblaje se atropellaba (esta particularidad aún me persigue). Comencé por ser un híbrido y no me reconocía sino acompañado por extrañas criaturas de un mundo sobrenatural y superrrealista. Sentíame a muchos miles de años luz del territorio donde había llegado por primera vez en 1943, en plena Guerra Mundial, al mismo tiempo que se libraba la gran batalla de Stalingrado y lanzábase en Rusia la Operación Urano. Nací entonces en un momento de gran confluencia astral.

He querido una convergencia parecida para Venezuela adonde llegué expulsado por mi madre que le abrió las puertas a un buque cargado de judíos que huían de Europa poco antes o poco después de declararse la Guerra. Quizás por eso, por ser también un expatriado espiritual, he deseado toda mi vida que Venezuela fuera un país de vanguardia en todos los campos posibles, ecológicamente ultramoderno, escolásticamente superdotado, políticamente a la cabeza en muchos aspectos legales, constitucionales, jurídicos y humanísticos, un faro de luz y libertad para todas las naciones de la Tierra, abierto a todas las tendencias artísticas, científicas, culturales, metafísicas, pujante y clarividente, capaz de importar desde el extranjero algunas de las mentes más poderosas y brillantes del planeta para que con otras cabezas y celebridades del orbe y del más allá moldearan un destino colectivo más vibrante con una nueva visión de la vida, un nuevo protagonismo pluridimensional que supiera cómo trasladar y transmitir al resto del mundo subdesarrollado y desarrollado un nuevo cuerpo más socialista y místico con ideas, acciones, ejemplos, modelos, protagonismos, que ayudaran a formar en nuestro país y planeta un todo que fuera realmente una mejor residencia para todas las especies vivas en el planeta, el sistema solar y la galaxia que habitamos por ley de gravedad, resonancia magnética, atracción y elección.

Recapitulando, a los 19 años, en el otoño (siempre una estación muy productiva), tras haber roto con mis ataduras convencionales ya quería cambiar y sacudir los cimientos del mundo, dejar una huella imborrable en la infraestructura de la Tierra, desde el Núcleo. Quería metamorfosearlo y mejorarlo casi todo, de la A a la Z, sin límites, alambres y púas, pues sabía que nuestro tiempo es uno de transición y que lo que viene será revolucionario y estratosférico y en consecuencia presentía que estábamos encaminados a una fase muy distinta e inusual de la civilización donde había que forjar buenas cabillas para cimentar nuevas fundaciones. Busqué los autores más prominentes en las enciclopedias, el origen y la explicación de las palabras y los nombres que el gran escritor y ser muy sabio llamado Henry Miller me puso a querer, descubrir y perseguir amistosamente para que no me perdiera una milésima de sabiduría y conocimiento, un milímetro de brillantez literaria, un grado de resolución mental, espiritual, semántica, linguística y filológica, y por lo tanto, siguiendo su huella y ejemplo peripatéticos me puse a devorar como una barracuda los clásicos de Occidente y Oriente, los que están al norte del ecuador como los que están al sur del ecuador, pues mi sed de conocimiento era vasta e ilimitada, no sabía de barreras y fronteras, quería recogerlo, visitarlo y habitarlo todo, con el mundo entero esplayado bajo mi compás y regla métrica y esta búsqueda comenzó cuando tenía apenas 15 años o un poco menos porque, aunque tímidamente, mi primer tema y lección de cultura vino por el lado de la música clásica y latina y la religión de la mano de los Padres Jesuitas como de mi mamá que me puso a estudiar piano a los 7 años de edad con el profesor polaco Andrzej Wasowski (1919-1993). Pero después le perdí la pista cuando mi hermano William y yo nos fuimos a estudiar a Europa en el Institut Le Rosey donde acrecenté mi cultura original y se despertó mi gusto por el sexo femenino que salió a la palestra así como por los chicles bomba y el tabaco de pipa Amsterdam Azul que fumaba en el tren lechero mientras viajaba a solas viendo vacas y paisajes idílicos que con el tiempo pasarían a formar el trasfondo de mis meditaciones y concentraciones. Siempre es así. Deben ocurrir muchos eventos, transcurrir muchos años, para que nos demos cuenta cuán fotográfica, receptora, grabadora e impresora, amén de escritora y técnica, es nuestra mente.

Quizás lo más significativo de la metamórfosis kafkiana por la que pasé fue que me salí de la zona tenebrosa y terrorífica, diabólicamente administrada por Saturno, en su forma más vil, turbia, lúgubre, negra, melancólica y vitriólica, y pasé a la administrada por el sereno y contento Sol. Eso representó que se abriera ante mí un panorama más benigno, esperanzador, rutilante, alegre y ligero. Me exorcisé. Vibratoriamente Saturno y Sol son incompatibles pero justo por eso el adepto debe ser un experimentado eficiente alquimista que sepa cómo transmutar el plomo en oro que le vino originalmente por los antepasados judeocristianos, puritanos, católicos, victorianos -¿quién no los tiene?-, todos casi siempre vestidos de negro y de luto en Occidente, desnudarlos, quitarles esos trapos tan pavosos, y luego decorarlos de nuevo pero ahora con ropas coloridas, llameantes, vivas, artísticas, dignas de Oriente Próximo y el Lejano Oriente, como entablar una comunicación diáfana, inteligente, franca y respetuosa, entre sucios y arrogantes conquistadores españoles e indios gallardos e indias limpias, semidesnudas y emplumadas. Usando un famoso grabado alquímico medieval europeo logré entre los 19-23 años voltear por completo el menú que heredé de mis padres a ambos lados de los océanos y los mares y hacer que un sol refulgente le entrara por las fauces al león verde y éste quedara curado de sus males, a causa del kharma malo (o colesterol malo), y se tragara un buen plato de felicidad, satisfacción y gozo, que se le habían escapado durante años cuando vio a muy temprana edad cómo peleaban sus padres y se divorciaban malamente aunque estuviera viviendo en un paraíso artificial. Pero no soy el único.  Nadie escapa a esta condición y humillación sea cuando sea y debe aprender a pasar la página y hasta perdonar, absolver y seguir comulgando, porque hay que acabar con las misas negras. Todos y todas pasamos en una encarnación u otra por etapas saturninas y plutonianas, incluso por etapas solares muy negativas, como eclipses, cataclismos, conflagraciones, derretimientos helíacos y llamaradas solares abrasadoras que ponen a saltar a supernovas. Nadie es intocable. Hay que pasar por las horcas caudinas y superar los malos ratos porque se trata nada menos que de la herencia bacteriana, microbiana, lárvica, viral, parasita, a la que estamos sujetos en la 3D desde la Protohistoria y cada quien porta invariablemente en la sangre trazas envenenadas por microorganismos precámbricos que joden, confunden, enloquecen. Son aprendizajes, lecciones de vida por las que debemos atravesar, si queremos crecer, como si se tratara de cruzar abismos sulfurosos con puentes que deben ser de luz, esplendor y afecto. Pasé y crucé, gracias a la ancestral vena mercurial en mi espíritu. Ahora le toca a la mayor cantidad posible de terrícolas hacer lo mismo pero cada quien a su manera. Eso es todo.  

En dos platos, mi sed de cultura universal e infinita se ha mantenido y no se detendrá hasta que me vaya del planeta. Mi lema ha sido este: haz en 4 años lo que otros tardan 40 ó 40.000 años. Algo así. O bien: sumérgete en el gran océano de conocimiento y sabiduría y sé uno con él hasta la eternidad. Como queriendo decir o dando a entender que hay que multiplicarse hasta la raíz N de Nicolás y Nínive para llegar al otro lado de la óptica y la audición porque es allí, en lo ignoto y desconocido, lo fantástico y maravilloso, lo resplandeciente e íntegro, lo milagroso y prodigioso, lo bienaventurado y amoroso donde se destaca lo que yo llamo la cornucopia de la supermente y del tragaluz que puede transformar lo que sea y mejorarlo de paso. Visto esto es por lo que, como dije, aplaudo a esa legión de hombres y mujeres que tuvieron el valor, la osadía, la tenacidad y la consistencia de seguir, a como dé lugar, sus sueños y visiones y alimentarlos con el fuego de su espíritu, sagrado en esencia, como santa es la planta del Altísimo o la lira de la Gran Diosa, cuyas luces nadie ni nada apaga, si cada quien cuida bien lo suyo y no lo tira a los muy puercos de corazón que viven de la miseria y del atraso humano, demasiado humano. Aunque es cierto que todavía a estas alturas me dejan perplejo el egoísmo, la tacañería, la avaricia, la codicia, el odio, el rencor, la crueldad, la envidia, el cólera y la maledicencia, Paz a sus restos. Rê-Atén, yo, Dumuzid, Abram/Abraham, Salomón de Israel, Akhenâtén, Alejandro el Grande, Ricardo I Corazón de León, San Francisco de Asís, Bocaccio y Leonardo da Vinci, seguidor empedernido del trueno, la lluvia, el arcoiris, Bodhidharma y Juan el Evangelista. ¡Con el Cristo Jesús, mi hermano de luz y nieto materno, pa' lante y pa' los que salgan!

Recuerden lo siguiente. El trabajo, la faena, el rendimiento, la realización, como quieran denominarlo, es nuestra tabla de salvación. Sed como la abeja que no descansa hasta que la reina madre procrea y multiplica la simiente y la vida de la colmena, su acción helíaca de cada día, para que la condición humana, floral, forestal, et cétera, se acreciente y fructifique el ecosistema general que bien puede ser rumano, keniano, guatemalteco, japonés, chileno, hawaiano, francés, árabe, venezolano o alienígeno. Si sucede, habrá paz, paz bendita, como la que descubrí siendo un jovencito, bien lejos de mi país y en un sanatorio suizo que hoy bendigo y agradezco porque me obligó a centrarme contra viento y marea, a pesar de las locuras y alaridos de mi joven vecina francesa. Así que primero fue Grieg y su Suite Peer Gynt, a mis 7 años, el primer disco que puse en el gramófono que me obsequiaron mis padres en Villa Castelania; luego de Falla y sus Noches en los jardines de España, la composición musical que antes de cumplir los 17 años coincidió con la apertura de mi diario, El Orgasmo de Dios, y me lanzó al ruedo de la literatura y la espiritualidad; luego Beethoven y su Quinta Sinfonía, que marcó mis primeros pinitos intelectuales y sociales con mis amigos del Paraíso, en especial Sebastián Allegret; luego Sibelius y su Quinta Sinfonía, presente cuando renuncié al mundo académico tradicional de Harvard en 1962 que cambió mi vida para siempre; y finalmente Buddha-Bar y Café del Mar, que a partir de 2001 me han acompañado y apoyado en la internalización y espiritualización de esta última parte de mi travesía y epopeya. Son varios los compositores y varias las obras que me rociaron de la coronilla a los pies ayudándome a conformar lo que hoy soy gracias a Dios. Por último, si son contadas con los dedos de las manos las personas que me leen y ven, no importa, no me voy a morir, aún sigo escuchando a Alice in Chains, eso me conmueve y mucho. No es posible parar en seco el Astrobús de los Chéveres (1987) y dejar inaudibles y sin muebles los blues de Eric Clapton. Así es, Andrés. ¡Adelante, pues!

Dictado súbitamente a toda velocidad en un 55% u 89% tras ver un buen documental científico en CNN en inglés el 24-10-2013 a las 11:33 PM