Esta es la entrada No. 268 en mi blog, iniciado en otoño, el jueves 25 de septiembre de 2008, en el valle de Caracas o Nueva Jerusalén en construcción. Paso a A Day in The Life con los Beatles.
New Kadonai 34.2. Obra del Autor. Caracas. 2009.
Desde
muy joven me di cuenta que mi casa, donde yo me residenciara un tiempo
prudencial, debía ser una fábrica de ideas novedosas, creativas, poderosas, fuera
de lo común; una especie de taller y laboratorio experimental, ultramoderno,
abierto como una sabana; un espacio-hogar donde se elaboraran ideas, proyectos
haomáticos, trascendentales, que fueran funcionales, cual carrefour y panal de gentes alegres, amables, simpáticas, estimulantes,
poco sectarias. He sido del anti-Establecimiento desde mi mocedad y seguiré así
hasta que mi existencia acabe de un modo u otro. Por eso mismo todos los
inventores me atraen, sea del campo que sea, desde el ingeniero en biomasa que
crea un nuevo medio para producir energía buena, barata y productiva, hasta el
que se avispa y crea un nuevo medio de transporte áereo, terrestre, lacustre,
marítimo, intraterrestre, interdimensional, que viaje a la velocidad simultánea
de la superluz que aún está por descubirse en la Tierra y va mucho más allá de
lo que Einstein calculó y delineó en sus teorías y teoremas.
Creo que
lo que distingue a un país de otro, una civilización de otra, una familia o
centro urbano de otro, un segmento de la población de otro es el número, la
calidad, la intensidad, la variedad y la sofisticación de sus innovadores,
inventores, autores, descubridores, creativos y visionarios, porque de lo
contrario seríamos una especie decadente, débil y temblorosa, que no puede ver
más allá de sus narices, unos pobres especímenes descerebrados y desdentados con
una vida errática y un criterio tan convencional y conformista como blandengue
que produciría espanto y horror, si se le analizara minuciosa y objetivamente.
A mí lo que me choca es la monotonía, la rutina que vuelve idiota, la pereza
mental y emocional, la estandarización insulsa, mecánica, donde nada pasa y todo
es invariable, gris, monocromático y estúpido, poco vivificante, se sigue la
corriente sin imaginación y creación y se le rinde pleitesía a la mediocridad.
Nada más alejado de lo que me forjé durante mi adolescencia precoz y rebelde
cuando quería romper salvajemente con todo aquello que me constreñía, reprimía
y entristecía. Mis primeros escritos en inglés y en español fueron todo menos
sosegados, complacientes y púdicos, más bien muy crudos, duros, tormentosos y poco
románticos. Vivía o estaba inmerso en el Apocalipsis
de San Juan y entendía perfectamente a Rimbaud como a Dostoievski y
Nietzsche a quienes devoré antes de los 20 años. Al despertar durante la
secundaria mientras estaba en los colegios de Eaglebrook y Hotchkiss y la
universidad de Harvard, donde apenas estuve tres semanas y pico, iba como
montado sobre un dragón chino cada vez más acelerado que lanzaba llamas y creía
realmente que había que voltear por completo al mundo, ponerlo a temblar de
cabo a rabo, y dejara atrás esa muerte en vida tan absurda como atroz que me
rodeaba por todos lados y a la que no le veía mayor lógica.
Plutón me inició y conscientizó mientras que
Urano me liberó y transformó. Todo comenzó a los 15 años y ya a los 19 años
había cambiado mi destino para siempre y no había marcha atrás. Esto lo capté e hice mío muy temprano y mi
primer libro, Violeta Siete, escrito
y publicado a los 20 años, en París, la ciudad luz, contenía ya la semilla agreste
y gala de cuanto mencioné en el párrafo precedente aunque mis primeros escaneos
con el lenguaje no fueron nada fáciles visto que tenía una pila de lenguas y
alfabetos vivos y muertos en la cabeza y me costaba bastante hacerme entender
rápida y eficazmente pues el ensamblaje se atropellaba (esta particularidad aún
me persigue). Comencé por ser un híbrido y no me reconocía sino acompañado por
extrañas criaturas de un mundo sobrenatural y superrrealista. Sentíame a muchos miles de años luz del territorio donde había llegado por primera vez en 1943,
en plena Guerra Mundial, al mismo tiempo que se libraba la gran batalla de
Stalingrado y lanzábase en Rusia la Operación Urano. Nací entonces en un momento de gran confluencia astral.
He querido una convergencia parecida para Venezuela adonde llegué expulsado
por mi madre que le abrió las puertas a un buque cargado de judíos que huían de
Europa poco antes o poco después de declararse la Guerra. Quizás por eso, por
ser también un expatriado espiritual, he deseado toda mi vida que Venezuela
fuera un país de vanguardia en todos los campos posibles, ecológicamente
ultramoderno, escolásticamente superdotado, políticamente a la cabeza en muchos
aspectos legales, constitucionales, jurídicos y humanísticos, un faro de luz y libertad
para todas las naciones de la Tierra, abierto a todas las tendencias
artísticas, científicas, culturales, metafísicas, pujante y clarividente, capaz
de importar desde el extranjero algunas de las mentes más poderosas y
brillantes del planeta para que con otras cabezas y
celebridades del orbe y del más allá moldearan un destino colectivo más vibrante con una
nueva visión de la vida, un nuevo protagonismo pluridimensional que supiera cómo
trasladar y transmitir al resto del mundo subdesarrollado y desarrollado un
nuevo cuerpo más socialista y místico con ideas, acciones, ejemplos, modelos, protagonismos, que ayudaran a formar en nuestro país y planeta un todo que fuera realmente una
mejor residencia para todas las especies vivas en el planeta, el sistema solar
y la galaxia que habitamos por ley de gravedad, resonancia magnética, atracción y elección.
Recapitulando,
a los 19 años, en el otoño (siempre una estación muy productiva), tras haber
roto con mis ataduras convencionales ya quería cambiar y sacudir los cimientos
del mundo, dejar una huella imborrable en la infraestructura de la Tierra,
desde el Núcleo. Quería metamorfosearlo y mejorarlo casi todo, de la A a la Z, sin
límites, alambres y púas, pues sabía que nuestro tiempo es uno de transición y
que lo que viene será revolucionario y estratosférico y en consecuencia
presentía que estábamos encaminados a una fase muy distinta e inusual de la
civilización donde había que forjar buenas cabillas para cimentar nuevas fundaciones.
Busqué los autores más prominentes en las enciclopedias, el origen y la
explicación de las palabras y los nombres que el gran escritor y ser muy sabio
llamado Henry Miller me puso a querer, descubrir y perseguir amistosamente para
que no me perdiera una milésima de sabiduría y conocimiento, un milímetro de
brillantez literaria, un grado de resolución mental, espiritual, semántica, linguística
y filológica, y por lo tanto, siguiendo su huella y ejemplo peripatéticos me
puse a devorar como una barracuda los clásicos de Occidente y Oriente, los que
están al norte del ecuador como los que están al sur del ecuador, pues mi sed
de conocimiento era vasta e ilimitada, no sabía de barreras y fronteras, quería
recogerlo, visitarlo y habitarlo todo, con el mundo entero esplayado bajo mi
compás y regla métrica y esta búsqueda comenzó cuando tenía apenas 15 años o un
poco menos porque, aunque tímidamente, mi primer tema y lección de cultura vino
por el lado de la música clásica y latina y la religión de la mano de los
Padres Jesuitas como de mi mamá que me puso a estudiar piano a los 7 años de
edad con el profesor polaco Andrzej Wasowski (1919-1993). Pero después le perdí la pista cuando mi
hermano William y yo nos fuimos a estudiar a Europa en el Institut Le Rosey
donde acrecenté mi cultura original y se despertó mi gusto por el sexo femenino
que salió a la palestra así como por los chicles bomba y el tabaco de pipa
Amsterdam Azul que fumaba en el tren lechero mientras viajaba a solas viendo
vacas y paisajes idílicos que con el tiempo pasarían a formar el trasfondo de
mis meditaciones y concentraciones. Siempre es así. Deben ocurrir muchos
eventos, transcurrir muchos años, para que nos demos cuenta cuán fotográfica,
receptora, grabadora e impresora, amén de escritora y técnica, es nuestra
mente.
Quizás lo más significativo de la
metamórfosis kafkiana por la que pasé fue que me salí de la zona tenebrosa y
terrorífica, diabólicamente administrada por Saturno, en su forma más vil, turbia,
lúgubre, negra, melancólica y vitriólica, y pasé a la administrada por el sereno
y contento Sol. Eso representó que se abriera ante mí un panorama más benigno,
esperanzador, rutilante, alegre y ligero. Me exorcisé. Vibratoriamente Saturno
y Sol son incompatibles pero justo por eso el adepto debe ser un experimentado
eficiente alquimista que sepa cómo transmutar el plomo en oro que le vino originalmente
por los antepasados judeocristianos, puritanos, católicos, victorianos -¿quién
no los tiene?-, todos casi siempre vestidos de negro y de luto en Occidente, desnudarlos,
quitarles esos trapos tan pavosos, y luego decorarlos de nuevo pero ahora con
ropas coloridas, llameantes, vivas, artísticas, dignas de Oriente Próximo y el
Lejano Oriente, como entablar una comunicación diáfana, inteligente, franca y
respetuosa, entre sucios y arrogantes conquistadores españoles e indios gallardos
e indias limpias, semidesnudas y emplumadas. Usando un famoso grabado alquímico
medieval europeo logré entre los 19-23 años voltear por completo el menú que heredé
de mis padres a ambos lados de los océanos y los mares y hacer que un sol
refulgente le entrara por las fauces al león verde y éste quedara curado de sus
males, a causa del kharma malo (o colesterol
malo), y se tragara un buen plato de felicidad, satisfacción y gozo, que se le
habían escapado durante años cuando vio a muy temprana edad cómo peleaban sus
padres y se divorciaban malamente aunque estuviera viviendo en un paraíso
artificial. Pero no soy el único. Nadie
escapa a esta condición y humillación sea cuando sea y debe aprender a pasar la
página y hasta perdonar, absolver y seguir comulgando, porque hay que acabar
con las misas negras. Todos y todas pasamos en una encarnación u otra por
etapas saturninas y plutonianas, incluso por etapas solares muy negativas, como
eclipses, cataclismos, conflagraciones, derretimientos helíacos y llamaradas
solares abrasadoras que ponen a saltar a supernovas. Nadie es intocable. Hay
que pasar por las horcas caudinas y superar los malos ratos porque se trata
nada menos que de la herencia bacteriana, microbiana, lárvica, viral, parasita,
a la que estamos sujetos en la 3D desde la Protohistoria y cada quien porta invariablemente
en la sangre trazas envenenadas por microorganismos precámbricos que joden,
confunden, enloquecen. Son aprendizajes, lecciones de vida por las que debemos
atravesar, si queremos crecer, como si se tratara de cruzar abismos sulfurosos
con puentes que deben ser de luz, esplendor y afecto. Pasé y crucé, gracias a la ancestral vena mercurial en mi espíritu. Ahora le
toca a la mayor cantidad posible de terrícolas hacer lo mismo pero cada quien a su
manera. Eso es todo.
En dos
platos, mi sed de cultura universal e infinita se ha mantenido y no se detendrá
hasta que me vaya del planeta. Mi lema ha sido este: haz en 4 años lo que otros
tardan 40 ó 40.000 años. Algo así. O bien: sumérgete en el gran océano de
conocimiento y sabiduría y sé uno con él hasta la eternidad. Como queriendo
decir o dando a entender que hay que multiplicarse hasta la raíz N de Nicolás y
Nínive para llegar al otro lado de la óptica y la audición porque es allí, en
lo ignoto y desconocido, lo fantástico y maravilloso, lo resplandeciente e íntegro,
lo milagroso y prodigioso, lo bienaventurado y amoroso donde se destaca lo que yo
llamo la cornucopia de la supermente y del
tragaluz que puede transformar lo que sea y mejorarlo de paso. Visto esto es
por lo que, como dije, aplaudo a esa legión de hombres y mujeres que tuvieron
el valor, la osadía, la tenacidad y la consistencia de seguir, a como dé lugar,
sus sueños y visiones y alimentarlos con el fuego de su espíritu, sagrado en
esencia, como santa es la planta del Altísimo o la lira de la Gran Diosa, cuyas
luces nadie ni nada apaga, si cada quien cuida bien lo suyo y no lo tira a los muy
puercos de corazón que viven de la miseria y del atraso humano, demasiado
humano. Aunque es cierto que todavía a estas alturas me dejan perplejo el egoísmo,
la tacañería, la avaricia, la codicia, el odio, el rencor, la crueldad, la
envidia, el cólera y la maledicencia, Paz a sus restos. Rê-Atén, yo, Dumuzid, Abram/Abraham,
Salomón de Israel, Akhenâtén, Alejandro el Grande, Ricardo I Corazón de León, San
Francisco de Asís, Bocaccio y Leonardo da Vinci, seguidor empedernido del
trueno, la lluvia, el arcoiris, Bodhidharma y Juan el Evangelista. ¡Con el
Cristo Jesús, mi hermano de luz y nieto materno, pa' lante y pa' los que salgan!
Recuerden
lo siguiente. El trabajo, la faena, el rendimiento, la realización, como
quieran denominarlo, es nuestra tabla de salvación. Sed como la abeja que no
descansa hasta que la reina madre procrea y multiplica la simiente y la vida de
la colmena, su acción helíaca de cada día, para que la condición humana,
floral, forestal, et cétera, se acreciente y fructifique el ecosistema general
que bien puede ser rumano, keniano, guatemalteco, japonés, chileno, hawaiano,
francés, árabe, venezolano o alienígeno. Si sucede, habrá paz, paz bendita, como
la que descubrí siendo un jovencito, bien lejos de mi país y en un sanatorio suizo
que hoy bendigo y agradezco porque me obligó a centrarme contra viento y marea,
a pesar de las locuras y alaridos de mi joven vecina francesa. Así que primero
fue Grieg y su Suite Peer Gynt, a mis
7 años, el primer disco que puse en el gramófono que me obsequiaron mis padres
en Villa Castelania; luego de Falla y sus Noches
en los jardines de España, la composición musical que antes de cumplir los 17
años coincidió con la apertura de mi diario, El Orgasmo de Dios, y me lanzó al ruedo de la literatura y la
espiritualidad; luego Beethoven y su Quinta
Sinfonía, que marcó mis primeros pinitos intelectuales y sociales con mis
amigos del Paraíso, en especial Sebastián Allegret; luego Sibelius y su Quinta Sinfonía, presente cuando
renuncié al mundo académico tradicional de Harvard en 1962 que cambió mi vida
para siempre; y finalmente Buddha-Bar
y Café del Mar, que a partir de 2001
me han acompañado y apoyado en la internalización y espiritualización de esta
última parte de mi travesía y epopeya. Son varios los compositores y varias las
obras que me rociaron de la coronilla a los pies ayudándome a conformar lo que
hoy soy gracias a Dios. Por último, si son contadas con los dedos de las manos
las personas que me leen y ven, no importa, no me voy a morir, aún sigo
escuchando a Alice in Chains, eso me conmueve y mucho. No es posible parar en
seco el Astrobús de los Chéveres (1987)
y dejar inaudibles y sin muebles los blues
de Eric Clapton. Así es, Andrés. ¡Adelante, pues!
Dictado
súbitamente a toda velocidad en un 55% u 89% tras ver un buen documental científico
en CNN en inglés el 24-10-2013 a las 11:33 PM