lunes, 21 de octubre de 2013

Si una ciudad no cumple más su función original sufre de arteriosclerosis y puede perecer


La ciudad-templo-polo-matriz gigante de nuestros sueños colectivos está en peligro

El objetivo de los laberintos es esconder la luz para que las sombras desesperen al buscador y a la buscadora y les tiendan varias trampas. Quien se encuentra consigo mismo, trabajando sobre su personalidad y no perdiendo contacto con su esencia se ordena, organiza, talla su piedra bruta, pule su mármol y caoba internos y no pierde de vista el objetivo inicial que lo movió a asumir y enfrentarse al poderoso caos del laberinto al que le puede llegar ultimadamente la claridad y el despeje pues todo ha sido una ilusión, un espejismo. Para conquistar el Bien Supremo hay que cruzar mares violentos y afrontar tempestades eléctricas y demonios coléricos, resolver anomalías magnéticas, pérdidas vibratorias y calmar la estática que pone los pelos de punta, embrolla y volatiza. Iniciarse y ser premiado o premiada es necesario. Sin una batalla legal, campal y espiritual, no es posible alcanzar la paz necesaria que permitirá a quien busca seguir escalando y llegar a la cima. Pero hay que ceñirse al escalímetro espagírico. Recuerda este consejo: recibe al sol con alegría cada día de tu vida y será posible que te conviertas en una estrella o halles una estrella al final de tu vía. Busca la luz y brillarás.
 
Antiguamente los fundadores de una ciudad importante o de una capital de estado buscaban siempre un enclave a proximidad de un río, mar u océano, preferiblemente una planicie, valle grande, un horizonte majestuoso y tierra fértil que permitiera el desarrollo de los habitantes que se establecerían en el lugar indicado muchas veces visto con antelación en un sueño, una visión, una meditación, una sucesión críptica de símbolos místicos. Pero este requisito tan lógico como fundamental, como el de leer bien señales paranormales y buscar aguas puras, no ha sido muy tomado en cuenta o en serio por los topógrafos, ingenieros, arquitectos, urbanizadores, sociólogos y políticos hoy en día y menos todavía por la mayoría de los ciudadanos que han dejado desorientarse, podrirse internamente y encerrar sus corazones y espíritus en bunkers de cal, ladrillo, cemento y concreto armado, asfalto, vidrio, plástico, hierro, acero, dióxido y monóxido de carbono, gas metano, cloro y mercurio. Lástima. 
 
Hemos perdido la razón y hemos permitido que gran parte de nuestras ciudades de hoy decaigan y se degraden y por consiguiente la simbiosis, la sinergia y la síntesis entre el bien biofísico, el bien común y el bienestar ideal original se hayan descompuesto y separado entre sí a tal punto que muchas de nuestras ciudades y centros poblados han perdido su majestuosidad, hermosura, balance, productividad, lozanía e idealismo originales muchas veces presentes en los planos y proyectos puros e idealizados originalmente en una maqueta, un trazado e ideario mental en manos de visionarios de largo alcance. El propósito inicial y lineal que era provocar chispa, ingenio, desarrollo, evolución, admiración, dignidad, esperanza, fuerza, seguridad y primor -cultura original- ha ido perdiendo importancia y las ciudades modernas en vez de ser núcleos y faros de interacción, equilibrio y progreso, conversación y conexión, se están volviendo cada vez más salvajes y caóticas, densas, miserables, peligrosas e incontrolables, sin vida. Sin embargo, hay que admitir que gracias a Dios no todo ha sido una decepción. Han surgido obras arquitectónicas opuestas a la unidimensionalidad aburrida y monoplacista que sólo idea para constreñir; pero estas creaciones originales y auténticas han sido una excepción y no la norma. La responsabilidad mayor recae en las autoridades políticas y administrativas nacionales, regionales y municipales generalmente lerdas y cansonas por su falta elemental de cultura y buen gusto incapaces de encauzar y valorar la creatividad sana creatividad y el ingenio a nivel de ingeniería, arquitectura, urbanismo y paisajismo. El resultado está a la vista: fomento de la mediocridad, fealdad, delincuencia y miseria. Cuando la educación y el arte no se convierten en el centro de atracción y polo de diversión y recreación, el ciudadano, los principios, las leyes, los parámetros, las curvas del destino se congelan, se rompe la brújula, desaparecen el encanto, la gracia, la danza, la risa. Ah, Alceste, où est tu, mon cher?
 
Los valores originales en la mente de los planificadores iniciales en cuerpo y alma o en el astral han ido perdiendo cada vez más fuerza, certeza y cohesión, lo que debía mantener la unión entre las partes ha dejado de ser importante y clave y tener vigencia para muchas de las almas viviendo en nuestras grandes ciudades y capitales que no hallan cómo eludir, evitar o superar la deshumanización y la degradación moral y material avasallantes. Hoy los problemas son los mismos, se esté en Mumbai, Lahore, Beijing, Lagos, New York, São Paulo o Caracas. Y por tanto la ciudad de ayer, que conocí de niño, ha ido perdiendo su corazón e inteligencia creadora y la admirable visión de antaño se ha ido desvaneciendo con el tiempo gracias a los problemas cada vez más urgentes y menos fáciles de resolver. Los peligros subsisten. Seguimos siendo esclavos y esclavas aunque no por las mismas razones que antaño. El objetivo de la ciudad grande o del pueblo pequeño que era liberar a las gentes del atraso, la monotonía, la rutina, el automatismo, el encarcelamiento y la pobreza que infecta y atormenta ha fracasado y en vez de volver libres a cientos, miles y millones de personas, animales, plantas y gemas o minerales a la vez no han producido las metas esperadas tan necesarias como básicas y se han quedado en el aire cada vez más estéril y contaminado. ¿Y porqué? Porque la Humanidad no ha podido ser debidamente iniciada, instruida, educada e iluminada en los valores esenciales de la vida. No sólo existe la comida chatarra sino igualmente el aire chatarra, el agua chatarra, los parques chatarra, el medio ambiente físico, espiritual, chatarra. Si no se hubiera roto una y otra vez el vínculo con los seres celestiales, con la santidad de Dios, se hubieran prohibido las guerras, conflictos y trifulcas incesantes, es probable que los seres humanos seguirían viviendo en urbes o centros poblados evolucionados y agradables donde se podrían dedicar a actividades productivas y sensatas que les gustan y para las cuales el Ser Supremo los creó con Su arcilla primigenia. Cada ser tiene un don o talento, un ángulo o inclinación particular que le viene de Arriba, al nacer, y debe trabajarla. A fin de cuentas la Geometría y los Números gobiernan al cosmos. Mas esta noción ha caído en el vacío, no se ha entendido correctamente. Si acá se la captara y enseñara desde la infancia, en la familia y la escuela, a atesorarla, cualquier ciudad sería paradisíaca, un bien asequible y apreciado, un deleite que se gozaría sin indigestión. ¿Por qué no podemos vivir bien, a gusto, felizmente? ¿Cuándo nos desviamos del curso trazado por los Amados y las Amadas del Plan Maestro de las Esferas de Luz? Guns N' Roses lo sabe.
 
Así es cómo lo veo y por eso me he puesto a hacer pinturas literarias de tantas maneras, inicialmente a partir del segundo semestre de 2009 y mayormente desde 2010, y tomé como modelos a faraones y faraonas de mi infinito imaginario. Ha sido una real desgracia para la Humanidad en la Tierra no haber contado con suficientes maestros y maestras que le enseñaran a superar tantos infortunios y pesadeces existenciales. Los viejos habitantes no han podido seguir habitando una urbe o un pueblo cualquiera con amor y devoción y los nuevos habitantes que llegaron hace tiempo que perdieron las llaves de la ciudad y del pueblo al desconocer o no entender los trazados originales de los autores que los habían escrito y señalado sabiamente con conocimiento de causa. Si esto ha pasado o está pasando, es porque la ciudad fue desecrada y lo mejor sería abandonarla y fundar una nueva gran ciudad, un pueblo nuevo aparte que pueda albergar y unir a los seres, cada uno diverso del otro, por su bien, para que no estallen y se reproduzcan correctamente como dicen los textos sagrados de todas las grandes civilizaciones. Y, si el concepto urbano original se ha desvirtuado y ensuciado, perdiendo su razón de ser y misión mística, es porque ya no le otorgamos al cerebro-corazón, al corazón supermental, la importancia solar, estelar, celestial que tiene en esencia. De nuevo, pregunto: ¿cuándo sucedió esto? ¿cuándo es que las ciudades reales dejaron de existir y considerarse sagradas? Es difícil dar una fecha segura. Quizás cuando los nobles, los iniciados y las iniciadas se distanciaron del resto de la población, se amurallaron en sus palacios de cristal y marfil y le dieron la espalda al resto del pueblo. Eso no debe pasar más, hay que terminar con esa escisión de los derechos humanos. Hay que educar, instruir e iluminar a todo el mundo. Sólo así la Tierra será una y fuerte y no una guarida de ladrones y asesinos que se matan entre sí por un puñado de monedas, joyas, vestidos, alimentos, bienes e inmuebles, cultivos y ganado.

Galvanoplastia del Capitán Horumti, hermano gemelo de Ramsés Havasupai el Magnífico, mientras atravesaba en su nave nodriza los espacios intersidéreos. Obra del Autor. Caracas. 2010/2013.

Si un cuerpo social se enferma, lo recomendable es aislar lo más rápido posible el tumor maligno y erradicarlo para que no haya metástasis y defunción. Si un cuerpo social no puede defenderse y no se rehabilita, hay que operar, voltear la tortilla, y sacarlo a la brevedad posible del ambiente enfermizo. Sólo con plantas medicinales y cristales, imposición de manos, mantras, oraciones taumatúrgicas y un ambiente verde y sano alrededor del paciente podría, si él lo permite y colabora, regenerar sus células, dinamizar sus moléculas, encender sus baterías, cristificar sus átomos, limpiar su aura. Lo que está desestabilizando cada vez más seriamente a los habitantes de nuestras urbes y pueblos modernos es lo letal e improductivo de sus pensamientos, sentimientos y emociones, lo nocivo y degradante de sus medicinas y tratamientos médicos alejados cada vez más de lo espiritual y metafísico, los extremos positivos de los iones negativos presentes en la Naturaleza y los elementos guardianes de la vida. Como hijos e hijas que somos de los cuatro puntos cardinales y los cinco elementos principales somos una sutil combinación o neters de energías, vibraciones y frecuencias que al responder de un modo positivo a la acción curativa y regeneradora del poder shamánico de la tierra le llega la cura, el santo remedio o bálsamo. Algún día deberemos regresar a la tierra. Si ella, nuestra madre geológica, nos inyecta su sangre real y astral, habrá paz en nuestro corazón y entonces sabremos cómo construir ciudades puesto que entenderemos intuitiva e instintivamente que estas creaciones deben ser como matrices gigantes.

Eso es lo que no le está pasando a mi Caracas, ya no es más la Sucursal del Cielo, la Sultana del Ávila, el enclave del León de Santiago el Mayor. Se está volviendo cada vez más irreconocible, a medida que se desenvuelve la espiral logarítmica del proceso cósmico y celeste que la enmarcó y justificó en tiempos pretéritos, mucho antes de que los indios caracas y caribes se asentaran en este valle largo y estrecho vigilado y protegido por la Cordillera de la Costa y el Maestro Saint Germain. Si la cosa sigue tal cual, llegará el momento de abandonarla y dejarla ir para que perezca de muerte natural aunque premeditada pues su función original no está más a la vista y no podría participar de la nueva civilización acuariana que va a despuntar al sur del territorio actual. La ciudad que se degrada por obra y gracias de sus habitantes profanos e irascibles se vuelve una jungla, un laberinto de líneas energéticas traumatizadas, de arterias y venas engalletadas, estropeadas, espasmódicas y cortocircuitadas por recurrentes y graves desórdenes sanguíneos que no pueden cumplir con las funciones antiguas e ideales como son las de reproducir y activar los meridianos y çakrâs del cuerpo original, macrocósmico, viridiano, que los arquitectos iniciados deben copiar lo más posible, sobre la base del Plan del Comienzo Maravilloso o Eterno Retorno que los antepasados aprendieron de los dioses y las diosas celestes al decidir dejar de vivir en grutas. Eso estaba en las directrices de Rotival y Villanueva y no se respetaron. Así como hay un cielo, una pizarra gigante y cruzada de luceros que nos cubre todas las noches, sobre la tierra hay un sinnúmero de objetos variados que debemos distinguir, rescatar, iluminar, juntar, combinar, orquestar y armonizar para que nuestra estadía sea feliz y signifique mucho. Este último punto es fundamental: si no le proporcionamos un significado espiritual, inmaterial, inteligible, cósmico, a lo que hacemos cada día de nuestra vida no es posible que seamos parte de un modo consciente y por ende útil y servicial, como criaturas vivientes y creativas del cosmos que somos al menos en el plano ideal, de los cambios y las metamórfosis en camino, por darse matemáticamente. Vidas insignificantes no dejan huellas. Pueblos insignificantes no trascienden, se los lleva la corriente y se depositan cual larvas y detritus en ciénagas, arenas movedizas, basureros y alcantarillas. Nada de qué enorgullecerse.


La mayoría no entiende que vivir en una ciudad, un pueblo, una aldea, un sitio cualquiera, con otras personas y otras especies de vida no es por mero azar o accidente, sino por una cocción entre su espíritu guardián y los Guardianes del Universo al que pertenece el astro, planeta, satélite o nave espacial donde se halla estacionado en el momento. Las personas se juntan para realizar la travesía de la vida en mejores condiciones que si vivieran solas, apartadas, arrinconadas y segmentadas, como almas desterradas en pena. Cada vida es una flecha que busca llegar a una meta en el menor tiempo posible y sólo cuando la flecha llega al blanco es cuando se cumple la idea del envío y se completa el vuelo. Por eso, cuando los habitantes de un círculo poblado pueden cumplir sus diligencias y sus trayectos se hacen rápidamente y sin grandes dificultades la ciudad que recorre se abre como una flor, una concha marina, un corazón, un útero gigante, se torna próspera, saludable, amena, interesante, simpática, vibrante, se moderniza y renueva a diario gracias a la creatividad y la generosidad colectivas producto de la virtud y el valor individual. Pero si sucede lo contrario y reina el hampa, la corrupción, el desconcierto y el descontrol o la injuria y la mala educación ocasionadas por la falta de atracción y estímulo, la inacción, la desidia, la pasividad, la inercia, el brollo, la pobreza, el desorden y la desorganización inveteradas la ciudad se debilita y enferma y se parte en mil pedazos pues no hay nada peor que el descuido mental, la desocupación y la atrofía, que dan pie a los vicios de los cuales hay un millón de ellos como sabandijas y pirañas prestas a chupar y triturar a como dé lugar lo que les plazca. Cuando los habitantes de una ciudad no aman y embellecen su ciudad, no la pulen y le sacan brillo, no se sienten ligados vibratoriamente con ella es imposible que su centro magnético de vida en común pueda mantenerse y se lleven a cabo ideas, proyectos y actos que deslumbran, pasman, llaman la atención positivamente y suben la auto-estima de cada ciudadano. La materia del egrégor se enferma y significa que podría morir hasta nuevo aviso. En ese caso deberá abandonarse o reciclarse enteramente. 

A menos que quienes tenían sus tiendas salgan de su caos interno y se pongan a valer de nuevo esta ciudad deberá execrar y despachar a sus autoridades por ineptas y carentes de eficacia y amor por la patria y la ciudad deberá cerrarse hasta nuevo aviso. Las santamarías cumplirán el cierre previsto. Porque para que una ciudad vibre y sea tomada muy en serio y muy en cuenta por sus ocupantes debe ser agradable, amena, preciosa, pujante y rica, muy rica, puesto que todas las actividades y búsquedas artísticas, científicas, tecnológicas, literarias, religiosas, deportivas, deben tener cabida y las personas puedan dedicarse a sus quehaceres y pasatiempos favoritos, el comercio y el intercambio económico puedan tener lugar en un clima de paz y sana convivencia y contraste y lo filosófico y espiritual sean aceptados por las mayorías sin sorna ni desdén como si se tratara respirar oxígeno. Sólo así, en medio de un clima idóneo, versátil, flexible, alegre, inspirador y alentador, las personas darán lo mejor de sí. Caracas y otras ciudades en el mundo merecen, bien valen, mil millones de misas, festivales, simposios, seminarios y juegos ininterrumpidos, para que todos sus habitantes alocados, neuróticos, distorsionados, fuera de sí, se vuelvan sanos, la pasen bien y no se olviden de cuidar a su prójimo. Si sucediere, se levantarían las santamarías en un santiamén y habría que sacar de las cárceles a miles de reclusos y reclusas que andan penando allá dentro y criminalizando el aire que se respira fuera. Un infierno multiplicador a la raíz cuadrada no es el ideal sino más bien la cicuta para grandes y chicos.   

Caracas, 20-21 de octubre de 2013