No dejen de soñar. Jamás. Mismo si están perdiendo una batalla no tiren la toalla irrevocablemente y se suiciden. Conviertan sus sueños, renuévanlos, rejuvenézcanlos, no permitan que se queden en meros ejercicios de álgebra, algodones, nubes, delirios y ansias. Pónganse a trabajar, a articular sus sueños, y, si se caen, levántense y prosigan su trayecto pero no vendan su alma, porque sí hay un camino pero no es el de los demás sino el vuestro propio, el que su Hacedor os dispuso en vista de su amor e interés por cada una de Sus creaciones y que ustedes aceptaron recorrer antes de nacer cuando ustedes se encontraban en una superdimensión paralela. Ningún camino es fácil, cada uno tiene su lado oscuro. Cada persona debe tener sus herramientas de trabajo y labrarse una meta, un destino, una conquista, un trofeo, una medalla, un aliciente que lo colme y satisfaga para que su alma se sienta bien y a gusto, satisfecha por lograr al menos una décima parte de lo que soñó una vez cuando quería salir de sus atolladeros y sufrimientos y poder ser, batir sus alas y volar libremente como las aves, más allá de cuanto entristecía, opacaba, reducía, arrinconaba, degradaba, hería y mataba su alma. Soñar es muy importante pero más importante todavía es poder anillar, fijar y sellar los sueños y, si no logramos concretarlos completa y definitivamente por una razón u otra, bah, no importa, algún día será en la Eternidad. Al menos sabremos que nos esforzamos una y otra vez, pujamos como recién nacidos, y nos mantuvimos aferrados, con tesón, tenacidad y perseverancia a nuestros sueños y visiones. La meta, el fin, la victoria, está en los intentos, los sudores, las ganas, la sonrisa y la alegría de la carrera, y no tanto en los trofeos y los aplausos aunque éstos no son nada despreciables y son parte del juego de la vida. Tanto la victoria como la derrota son una enseñanza más. Dénse del todo y, si pueden, cumplan con sus sueños y propósitos, sean felices como conejos y tórtolas, y de vencer sean generosos, nobles y agradecidos. Nadie nació para ser siempre desdichado. Todo es un proceso, un vaivén, un subibaja incesante que nos prodiga la Vida. Aprendamos a mantenernos perpendiculares y buscar el equilibrio, la sindéresis, el centro de la balanza. Si piensan como yo terminarán venciéndose a sí mismos y Dios los recompensará ampliamente, más allá de sus expectativas, anhelos y sueños. He conocido los polos opuestos o los extremos y hasta la fecha he sobrevivido. Ustedes no son ni mejores ni peores que yo. Somos hermanos. La felicidad más grande consiste en amar, servir y celebrar las obras divinas y, si no lo es todo, al menos cubre una parte importante del guión. Aprendan a ser felices en la Tierra. Ella os necesita. Y, en caso de amargaros, recordad y sabed que mañana será un nuevo día y habrá otro sol.
Prolegómenos. Cuando entré a la Francmasonería en el primer trimestre del Año 2000 lo hice de buen grado y porque, entre muchas otras razones, quería compartir con ilustres y cultas personas (porque mi interés en los Misterios no era una cuestión de moda, surgió a mis 15 años, mientras estudiaba la Secundaria en Eaglebrook School, en Deerfield, Massachusetts) mi vieja preocupación por el futuro de nuestra capital y patria. Los deslaves de 1999, que atacaron de frente al estado Vargas, el cerro El Ávila y porciones de Caracas y sus adyacencias no hicieron sino recordarme con gran agudeza y violencia que nuestra costa norte central había recibido un preaviso más, uno ciertamente muy doloroso, ya que murieron alrededor de 30.000 almas en cosa de horas. Cuando leí a finales de la década de los ’60 el gran libro de Leonídas Rodríguez Salazar, Un Mensaje de Otros Mundos, que editó Editorial Mandrágora en Buenos Aires, Argentina, en 1960, y del que la Revista Haoma (1967-1071), que yo dirigía, publicó varios extractos en su último número de 1970, no hizo sino acrecentar mis intuiciones y presentimientos que en mis libros, cuadros y todo lo que he hecho se han estado proyectando directa e indirectamente desde 1962 ya que fue en la Clínica de Reposo de Prangins, cerca de Nyon, para transmutar el encierro forzoso en el cual se me arrinconó que me obligué a abrir el impetuoso chorro de mis neuronas, células, moléculas y memorias ancestrales, presentimientos, deseos, anhelos, necesidades y me puse a pensar y escribir durante horas sin parar. Inspirado y ayudado por la música clásica ascendí y dejé atrás mis tormentos de Caracas y perforé la muralla china a mi alrededor con lo cual mi estilo literario y los temas que traté se volvieron más proféticos, visionarios, apocalípticos o iluminadores, y por ende menos cataclísmicos, repelentes, nauseabundos, horripilantes, insoportables y demenciales.
Une Saison en Enfer. Prangins nunca fue ni será para mí un sitio horroroso y de expiación sino la oportunidad de oro que la Divinidad me dio para hacer de mí un escritor, un artista, un ser inspirado y resucitado que gracias a su autodisciplina, esfuerzo y sed de conocimiento universal se libró de las pesadillas y torturas que vivió mientras iba dejando atrás una infancia y adolescencia difíciles y se perfilaba en un soñador de esperanzas, posibilidades, aperturas, auroras y transfiguraciones planetarias y cósmicas. Cuando al fin pude dejar Prangins, poco menos de 2 meses después de haber ingresado, en medio de un tira y encoge entre papá, mamá y los psiquiatras, estaba prácticamente curado de mi tristeza y desolación que casi nadie conocía en profundidad. Mis culpas las había dejado atrás, hasta mi masoquismo, heredado de los Jesuitas y la Crucifixión. Había conseguido nuevas armas, podía serle útil a la Humanidad, demostrarle cuánto la amaba y le deseaba una pronta recuperación, cuán grande sería la gloria y compensación que obtendría si se enmendaba, arrepentía, purificaba, espiritualizaba, se comportaba como Dios manda. Así fue cómo me salvé del infierno de la alienación por haber sabido e intuido tanto tan temprano y bruscamente en mi vida. A menudo los adultos no saben qué hacer con su vida, se olvidan de cuando eran niños, cuando soñaban inocentemente y se podían conectar con la Naturaleza. Si este estado de conciencia y pureza no desaparece y al contrario se intensifica, acrecienta y evoluciona, se torna más numinoso y luminoso, como fue el caso mío, puede sobrevenir un estado de tristeza, impotencia, desesperación, alienación y depresión aguda que sólo lo nivela, compensa y transmuta el arte, la creación y la composición más profunda. Entonces sacamos fuerzas de donde sólo las hubo antes en potencia y pasamos al creador Reino de la Luz para lo cual no hay palabras en verdad. Y el alma se cura. Eso mismo comenzó a sucederme a los 16 años, lenta y gradualmente, cuando leía a Freud, aislado en mi cuarto con las cortinas corridas, pues deseaba pasar el Rubicón; pero fue solamente a los 19 años, en Harvard y Prangins, que se operó la conversión en profundidad y la recuperación. Fue gracias al escandinavo Jean Sibelius y su Quinta Sinfonía que logré despegar aunque antes, en Caracas, en la Quinta Las Marías de mi papá, tuve mis primeras revelaciones; pero como ya dije, muy crispantes, torturadoras, dolorosas, angustiosas, sangrientas y saturninas. Me tomó bastante tiempo ir mucho más allá del horror, el pavor, la laceración, el campo de concentración, la muerte, el destierro, el llanto y la desesperación, las pinturas de Brueghel el Viejo y los ‘Caprichos’ de Goya.
El tema de Dios y el Apocalipsis ha estado rondando en mi cabeza desde 1962-1963 aproximadamente en momentos que, cual adolescente, trataba de romper el capullo que me envolvía y arrancarme la costra animal que se me había pegado al encarnar. Este tema sigue tan vigente y apremiamente como antaño pero ahora me angustia y atormenta continuamente mucho más por varias razones: primero, porque la tragedia a la cual se enfrenta nuestra civilización es y será terrible, descomunal y desoladora, ya no se puede aguantar o parar sino suavizar un tanto, y luego observo que nuestra sociedad, salvo en pocos sitios y escogidas personalidades muy perceptivas, informadas, capacitadas y altruistas, parece no importarles un bledo o un comino que el orbe que ocupamos pueda estar al borde del precipicio y la ruina y no lo crea para nada, sea incrédula; segundo, porque en vez de tomar medidas (o medicinas) universales, urgentes, sabias y solidarias, sea poco lo que podamos hacer a estas alturas para por lo menos atenuar y mitigar lo que nos espera como adultos conscientes así como a nuestros hijos, nietos, biznietos y tataranietos, amén de amigos, conocidos, extraños y enemigos; y tercero, refiriéndome al caso específico de Venezuela, porque todavía nuestros gobiernos, ahora en transición, pues pasaremos de la era chavista y rojo-rojita a la era neodemocrática y tricolor, no saben dónde están parados, qué, carajo, tienen entre manos, y creen que lo que se nos viene encima a corto plazo, por lo menos, es un simple cambio de líderes, cabezas, administraciones, oportunidades, negocios, guisos y salarios muy buenos o un simple reajuste político, económico, financiero, social, cultural y geopolítico de lo más “normal” y “constitucional”. ¡Están más perdidos que el hijo de Lindberg! Yo no veo por ningún lado que un sector de la población esté pegando el grito al cielo, suene la alarma, pida un cambio profundo, haga un llamado general y público para una toma de conciencia en profundidad, declare el estado de emergencia a nivel nacional, regional, continental, y menos todavía llame a una toma de conciencia internacional y planetaria que vaya al grano, se deje de pistoladas, zoquetadas, sandeces y liviandades mediáticas y mire de frente, sin tapujos y ambigüedades, los problemas que se nos están escapando de las manos, como el desempleo, el narcotráfico, el declive y desgaste de nuestros recursos naturales renovables, la galopante sobrepoblación y la pobreza e indigencia de muchos países del Tercer Mundo que no terminan de modernizarse y recuperarse del atraso a que han estado sometidos durante décadas. La mediocridad no tiene color, edad, raza. Pareciera que tanto los viejos como los nuevos políticos y futuros líderes o jefecitos piensan que todo anda más o menos “bien” y que no hay que ocuparse ni preocuparse porque, por ejemplo, Europa ande a la deriva cada vez más y USA esté un poquito mejor pero nunca como cuando era la primera potencia indiscutible en el mundo que tiene que compartir escenarios ahora con China y los otros BRICS o porque el gran pulmón vegetal del mundo, como es la Amazonía, sigue palo abajo, ardiendo, poniéndose más árida y estéril a medida que los explotadores queman los bosques y destruyen sus frágiles ecosistemas. ¿Cómo parar a los terrícolas que no quieren a su planeta? ¿Son tantos los millones de asesinos de nuestra Madre Naturaleza? ¡Tantos los millones de ciudadanos y ciudadanas que sufren sin necesidad viviendo en grandes ciudades y capitales cada vez más inhumanas, endiabladas y caóticas, como Caracas, New York, Shanghai, Calcuta! Quien no vea que el centenario orden mundial se derrumba y parece borracho está pelando bola y eso que aún no hemos llegado al fondo. En consecuencia, no es por azar que lo de Dios y el Apocalipsis me siga preocupando como cuando tenía 19 años y sienta que estamos perdiendo cada vez más la sindéresis y las amarras que nos sujetan a las sillas, las poltronas, los sofás, las camas, las casas, los enseres y propiedades en general, incluyendo esas maravillas informáticas, digitales y cibernéticas que Apple nos trajo en estas últimas décadas gracias a la genialidad de sus cofundadores, ejecutivos y trabajadores.
Es triste ver cuán pocos o pocas son los iniciados y las iniciadas hoy día a nivel de las cúpulas y los grupos de poder, influencia y arrastre a nivel nacional como internacional. Eso es así porque nuestros líderes son demasiado materialistas y oportunistas, no han sido iniciados e iniciadas de veras sino a medias o superficialmente, portan una pátina de luz muy tenue o débil, una corriente que los recorre por encimita, delgada, apocada, vacilante, frívola. En el mundo soso, mediatizado y tan hipócrita de las jefaturas civiles, militares, eclesiásticas, sociales, bancarias, económicas y culturales no se le da el debido respeto y la atención que se merece al hacer y saber espiritual, metafísico y psicotrónico que no persigue sino el bien del prójimo. Si todavía la Organización de las Naciones Unidas no ha sido capaz de aceptar públicamente que además de la Tierra hay millones de planetas habitados por seres humanos pensantes y sintientes parecidos o no a los hombres y a las mujeres terrestres podemos concluir que vivimos en un planeta demasiado primitvo, infantil e inseguro que ignora cómo autogobernarse bien, autoadministrarse honestamente y vivir en paz como Dios manda. Hasta que los Presidentes, Primeros Ministros y demás Ministros o Ministras, Diputados y Diputadas, Gobernadores, Alcaldes y Jefes en general en un país, una nación, un continente, etc, no se incien con sinceridad en el camino esotérico, filosófico, artístico, simbólico y científico, no se den a la tarea de controlar sus instintos y egos, no hagan buen uso de sus conocimientos y psiquismo, no mediten, contemplen, sepan estar en silencio y comunicarse con la Divinidad, no escuchen a su Cristo Interno, no veremos el Paraíso, no podremos alcanzar la armonía, la concordia y la calma creativa, no sabremos lo que el Gautama Buddha, Shri Paramahānsa Ramākrishna y Shri Paramahānsa Yogananda conocieron de viva voz. Por eso, le pido a los jóvenes que se pongan las pilas, despierten de una vez por todas, observen lo que está sucediendo a su alrededor y hagan lo necesario para resolver en equipo los entuertos, fallas, virus y cánceres amenazadores atacándonos de todas partes. Quien se encuentre a sí mismo y a sí misma es un bálsamo para la familia, las amistades y el vecindario, donde viva, viaje, tenga sexo, trabaje, amaine y descanse.
1era. variante de la letra griega Phi en minúscula de blanco sobre fondo azul. En las ecuaciones matemáticas el número phi, también conocido como divina proporción o número de oro, aparece en las relaciones entre altura y ancho de los objetos y personas en las obras de Miguel Ángel, Alberto Durero y Leonardo Da Vinci, entre otros, y reflejado de igual forma en incontables ejemplos de un modo espontáneo pero inteligentemente calculado y reglamentado por la Madre Naturaleza. El valor científico se expresa por medio del símbolo de la letra griega phi (sacado de Phidias, el gran escultor que lideró la obra del Partenón en Atenas). Aquí se muestra una de las dos maneras de representar este valor tan importante y clave. La otra variante se enseña en la página 9.
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