Revelación.
¿Qué más pueden hacer nuestras instituciones más conocidas o pujantes? ¿Pueden
devolvernos la fe, la esperanza, mostrarnos el camino, señalarnos las estrellas
que nos pueden guiar, enseñarnos los pasos que debemos dar para superar los
baches, las cienágas, las trampas ocultas, volvernos mejores y más puros, hacer
de nosotros y nosotras reales iniciados e iniciadas, adeptos y adeptas de una
Causa Común Superior? Todas estas preguntas y otras más me indujeron a buscar
más allá de las garitas y alcabalas y los linderos oficiales o tradicionales y
conocidos. Quería se encontrara en algún lugar la posibilidad de conseguir una
ruta heroica y prístina que nos sacara los pies del lodo y del derrame de nafta
o petróleo y nos evitara tener que caernos de nuevo, sucumbir e infectarnos
peligrosamente y quizás morir de un paro cardíaco o respiratorio o de
desesperación e inanición. Por ende, busqué en mi interior las respuestas y vi
que sí, efectivamente, había una salida al atolladero y que la misma se hallaba
más allá de las fronteras, alcabalas, garitas de policías y militares, y los
confines tradicionales que nos habían protegido y amamantado tanto pero que
ahora no estaban a la altura de nuestras aspiraciones, inquietudes y
potencialidades, pues las bombas atómicas nos habían mostrado la colosal
potencialidad como seres humanos. Vi que debíamos ir más allá, cruzar el río y
caminar tierras adentro ignotas, como habían hecho los conquistadores
españoles, franceses, ingleses, portugueses y holandeses, muy soñadores por
cierto, al aventurarse por los territorios del Nuevo Mundo, recibir los rayos
solares diurnos y nocturnos y agudos aromas atmosféricos de una clase nueva y
distinta de sonidos como lluvia de una nueva Realidad que fuera manantial de
sorpresas y esperanzas.
Por lo tanto, no me quedé en el administrativo Grado 33 pues ¿cómo
desechar o dejar de lado lo simbólico, teúrgico y humanístico de la
superconciencia? Decidí traspasar el promontorio de la atlante y magrebí
primera cervical y aventurarme por la médula espinal, el bulbo raquídeo,
recorrer el pons o puente troncoencefálico hasta recorrer cual lagartijo el
resto del tronco del encéfalo, sujetándome de sus ramas, hojas, flores, frutos,
y contactarme con el cerebelo y el hipótalamo, con el casco del cerebro
anterior y sus meninges, cortezas, lóbulos e intestinos encefálicos.
Finalmente, al descubrir al fondo las neptunianas moradas escondidas de la epífisis o glándula pineal y de la hipófisis o cuerpo pituitario de repente me di cuenta que
debía estar aproximándome a una zona nebulosa, frutal, acuática, mistérica,
paranormal, tipo cabaret, y en ese instante centelleante sentí que debía
encontrarme sin duda alguna en terrenos tornasolados, iridiscentes,
clarividentes, clariaudientes, telepáticos y telekinéticos, por nombrar sólo
algunos de los fenómenos y prodigios que me asaltaban y electrificaban, donde
parecían verse las siluestas de jóvenes doncellas que bailaban y celebraban lo
que parecía un ritual ruso de Misterios ante el trono de un Gran Ojo
Cosmológico que no era otro que el Tercer Ojo, el número 34 de Fibonacci,
concordante con el Grado 34 del modernizado Rito Escocés, a su vez relacionado
con el noveno grado de la Sucesión del matemático italiano del siglo XIII,
Leonardo Pisano o de Pisa, también conocido como Fibonacci (antes de él tres
matemáticos hindúes, Pingala, Gopala y Hemachandra, habían llegado a la misma
definición matemática de la genial Sucesión o Secuencia del italiano, que debió
iluminarse en compañía de los árabes, siendo muy posible que fue entonces en
esos viajes cuando Leonardo Pisano oyó hablar por primera vez de los números
racionales e irracionales y la proporcionada infinitud divina). Y, si esto era cierto, como parecía serlo, debía
hallarme asimismo muy cerca de la espiral logarítmica, que las galaxias espirales llevan a cuestas, y del
bendito número de oro, el número
irracional por antonomasia que asombró a los mismos pitagóricos, y si eso era
así entonces significaba que la escritura matemática de Dios no podía
ser comprendida de un modo racional porque
entre otras consideraciones su escritura no tenía fin, no terminaba nunca, era inconmensurable. En consecuencia o como resultado, el Cielo o el
Espacio era infinito para Dios al igual que lo era el Tiempo. En vista de lo
cual no creo en la teoria de un único Big Bang pues los científicos se quedan cortos. Para Dios
estas teorías son insensatas, quieren delimitar, circunscribir, fechar lo
infinito, irracional, ligado o recurrente en esencia. El pensamiento mágico-místico
es la única vía para entender lo vasto del Conocimiento.
Luego ascendí 3 escalones desde el copus callosum que, figurativamente hablando, son un trío de copas
y tapas que conocieron singulares músicos españoles, como Sor, Turina, de
Falla, Rodrigo, Albéniz, Tárrega, Granados, hasta el superpotente Chakrā
Coronario (una superpotencia de tres “flores” en una, cual Trinidad o Trisquel,
conformado por los Súper Chakrās,
Sahāsrara, Guru
y Nirvāna), que en su oportunidad embelesó en 1969 la portada
de la primera edición de El Orgasmo de Dios. Para mí esto ya era muy significativo por cuanto el
ascenso al Padre-Madre-de-la-Luz no es otra cosa que una erección genital, un
orgasmo místico. Así que, cual puma, me aventuré hasta la coronilla, bebí y me
topé con el enigma del Grado 37.1 y el 11:11 de Hércules. No busqué más. Había
escalado hasta la cumbre del K2, Everest, Annapurna, Chimborazo, Orizaba, Pico
Bolívar, y de cuanta montaña alta y nevada había en el globo terráqueo y en el
interior de la Tierra. Me di cuenta que ahora sí había ido más allá de lo
normal y acostumbrado, al núcleo del horizonte desconocido y nietzcheano, al
asiento del deus ex machina,
tendido a lo largo y ancho por Urano, el Señor del Vasto Cielo, Urania, la
Señora de la Inextinguible Astronomía, y Plutón-Perséfone, los Amos del
Subterráneo, y me dije: «aquí es donde debo buscar y escudriñar, si quiero
descubrir el cáñamo sagrado, el fuego sacrosanto, el número mágico y clave por
excelencia, el más irracional número primo y complemento del phi hacedor de milagros, el sortilegio del brujo yaqui,
presente en la esencia y el origen, los ritos reales e imaginarios, puros, trascendentes, nirvánicos,
pertenecientes y representantes de un divino orden natural, simple, prístino, ancestral,
matemático, solar, a la par que mágico, psicoactivo, enteogénico, mitocondrial y
supersensible que nos enlaza con nuestros orígenes originales e iridiscentes, solares,
intersidéreos, intergalácticos, cósmicos, mayúsculos, iluminándonos y
reconfortándonos, porque de no ir más allá de los landmarks o linderos conocidos, laberínticos, requetecaminados, horadados y
respetados por nuestra generación y las previas jamás veremos la otra cara de
la Luna o saldremos del círculo vicioso que nos tiene atrapados
hace demasiados millones de años, desde la Prehistoria y la Protohistoria,
cuando eramos poco más que protozoos o protozoarios, amebas, parásitos
microscópicos, plancton». ¡Tenemos que acelerarnos, ser relámpagos! Si no saltamos la cerca, si no brincamos, no creamos lo nuevo y dispar, no podremos saber jamás qué hay más allá
de la rutina, monocorde y automática, porqué ese territorio nuevo, vedado a los androides, conserva en
la sacristía de su tabernáculo la llama viva de la Esperanza y la Iluminación
en el Sello de Salomón -la Estrella Amarilla Número 17 del Tarot Antiguo y
Reconocido de Bucarest que lemurianos y atlantes conocían íntimamente- que se
recibe cuando menos se espera, si se ha hecho la preparación y la profilaxia
encomendándose a Dios y a la Diosa por encima de todas las cosas. ¡Al ver el
Salto Ángel o Kerepakupai pensé:
debe surgir ya el nuevo Ritual de Manú -El Merú! ¡El Nuevo Oro!
De tal manera que me pude cerciorar que el Rito Escocés Antiguo y
Aceptado o R:.E:.A:.A:.
debía, si quería trascender y aumentar su caudal, modernizarse, para estar a la
altura de las circunstancias, cuando tendríamos que integrarnos a la nueva
sociedad cósmica por celebrarse en nuestra renovada aunque agrietada y
desplomada Tierra. El nuevo Rito lo bauticé como: R:.E:.A:.A:.A:.M:.,
habiéndome dado cuenta que la Semilla de Oro o Triple AAA formaba parte de la
nueva denominación y que la sagrada letra M:. de las Aguas Primordiales
había sido destacada y la acompañaba el signo piramidal. Ninguna parte del
código me pareció una casualidad sino una causalidad muy significativa. Para
semejante mutación busqué la concurrencia, el apoyo, la inspirada venia de la
Rosacruz Gamada Alada que aglomera signos complementarios de muy antigua
procedencia que el Hermano Kyot de Provenza hubiera ratificado y aplaudido pues
nada clave sucede por niñerías o caprichos. No dudé en escoger al girasol como
uno de los emblemas de los ultra grados masónikos y hacer uso de la pujante e
interestelar Fuerza K que sustituirá a la “G” tradicional: ahora Dios se
revestirá de un llamativo traje de astronauta para darse a conocer en el
planeta. Como no creo en las oposiciones, piques y luchas de clases, símbolos,
ritos, ceremonias, escuelas, doctrinas, filosofías, credos, sino en la
integración, fusión, amalgama, interacción, copulación o acto de amor y sexo,
lo que presento aquí no tiene sino una sola intención: unir causas y efectos,
pegar, ensaladar lo que parece inverosímil, disímil, contrario, distinto,
aderezarlo con aceite de oliva extra virgen (de Virgo, por si acaso), bálsamo
de Módena, sal marina y ajo mix. Busquemos la manera y la forma de llegar a una
síntesis, un polo magnético que nos una y NO nos separe, divorcie y antagonice,
una súper álgebra. La fuerza de Venus Orquidácea puede llamarnos a botón y
poner a enamorarnos unos de otros con y sin protocolo. Sólo esto salvará a la
raza humana que anda más perdida que el hijo de Lindberg sin la lámpara de
Aladino. Este ha sido mi llamado desde que tengo uso de razón e intuición y me
inciciaba por primera vez de un modo tan natural como inocente, rodeado por el
tronco, las ramas y conos de un pino en Samambaia, en Los Guayabitos, hoy
Municipio Baruta, donde quizás florecerá una Escuela de Estudios Superiores, si
las nuevas generaciones lo piden.
Es hora que aparezcan sobre la Tierra hombres divinos, mujeres divinas, terrícolas que amen de verdad, profunda y
seriamente su hábitat celestial, hermoso y prolífico por añadidura, que le
saquen provecho con sabiduría e inteligencia práctica y empírica a su medio
ambiente, NO hagan la guerra ni busquen conflictos y peleas que la mayoría de
las veces son completamente insulsas, ridículas o demenciales (como en las
telenovelas y culebrones), vivan alegre y estupendamente, se dediquen a cantar
y crear, instruirse, amarse y socorrerse mutuamente sin malicia, egoísmo,
avaricia, bellaquería, porque la salida y el éxito recaen en el trabajo
mancomunado, creativo y productivo, material y espiritual. Este es mi sueño de
muchos años y vidas atrás, el mismo que ha girado en mi cabeza desde que acepté
encarnar y vivir acá en la Tierra, incluso cuando habían cíclopes y gansos
gigantes y comíamos manzanas azules, como recuerdan quienes fueron
protagonistas en la añeja Orden del Monte Sión en Palestina y Francia.
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