martes, 21 de septiembre de 2010

La Clínica de Reposo de Prangins, el Número y Valor Phi, la Media Áurea o Proporción Dorada y Divina (Primera Parte)


Prangins=phi. Rénaissance. Croissance. Ordre. Pentecôte. Illumination. Sagesse. Délivrance. Déité. Soleil Manasique. Aurore. Alpha/Oméga.


Je suis né à Prangins, entre octobre-décembre 1962, parce que c'est là que j'ai découvert par intuition et force d’instinct et en souffrant le nombre d'or, la lettre grecque et le chiffre phi. Pour moi la Clinique de Repos (aujourd'hui l’Hôpital psychiatrique) de Prangins et phi furent et sont la même chose. Ce fut la découverte de mon vrai moi, mon propre nautilus, et étant donné que je suis né le 30 juin 1943, ce qui donne 8, c’était destiné. Quelle surprise! Sacré coup de tonnerre, Professeur Tournesol!

esta plancha se la dedico a mis hermanos de Logia, a Alberto Berrizbeitia Ponce y Nicomedes Zuloaga Pocaterra


Escudo de Armas de la comuna o municipio de Prangins, Vaud. Suiza. Un blasón extraordinario, esotérico y simbólico, como francmasónico. 3 manos y brazos anudados en forma de Tau con miras a llegar hasta una atalaya sobre fondo azul rey intenso de la cual surge un foco de luz refulgente y espectral.




A la puerta del Gran Estruendo. Cuando llegué a la famosa y arbórea Clínica de Reposo (hoy Hospital Psiquiátrico) de Prangins (46N23/6E14), en las inmediaciones de la pequeña ciudad lacustre de Nyon, entre Genève y Lausanne, en el Cantón de Vaud en la Suiza francesa, al borde del bello lago Léman (también conocido como de Ginebra) con una soberbia vista hacia los Alpes, me aguardaba toda una caja de sorpresas. Llegué en una limusina negra, de la mano de papá y mamá, entre mediados y finales de la mañana del 23 de octubre de 1962. Entonces no podía adivinar ni sospechar por la gran carga de presiones emocionales y físicas a mi alrededor cuán movida y trascendental se estaba volviendo la turbulenta situación por la que estaba atravesando y todo por haberme atrevido a dejar abruptamente Harvard, ¡caracoles!, la mejor Universidad del mundo, un jueves por la mañana, 11 de octubre. No me escapé de Harvard por mera banalidad o capricho. La Universidad me decepcionó, no era la Academia de Platón que yo andaba buscando y necesitaba secretamente puesto que ya, desde los 15-16 años, me había embarcado en una aventurera búsqueda iniciática cada vez más mística, revolucionaria y radical. Pero al huir de Harvard y ser confinado a Prangins mi vida se alteró no menos de 180 grados (comprobados astrológicamente) aunque para bien y eso lo he pagado con creces porque la rebeldía es condenada en nuestra sociedad de borregos que no tolera ni acepta la disidencia. Uno de mis maestros principales de esa época, el gran escritor y artista ingenuo Henry Valentine Miller, me escribió una carta poco después que se extravió pero aún guardo el sobre enviado desde Los Ángeles. En ella me decía que posiblemente (sin saberlo quizás) eran más bien los psiquiatras y médicos que me estaban viendo quienes me necesitaban (muy a menudo se da esta interdependencia o entreayuda, aunque no se reconozca, entre médicos y pacientes, pues nadie se ve y pide socorro o se lo da a nadie sin un kharma y dharma en común de por medio). Que conste que le seré eternamente agradecido a mis padres por haberme llevado hasta Prangins pues me hicieron un gran bien porque allá, en ese manicomio casi paradisíaco con sus jardines, caminitos, cielos y paisajes de ensueño, donde estuve recluido casi dos meses seguidos y por poco me libro de que me aplicaran electrochoques para curarme de mi nervous breakdown como imaginaban los doctores, me vi obligado por las circunstancias tan densas a tener revelaciones y descubrir cosas importantísimas, sumamente valiosas y fundamentales desde todos los puntos de vista que hoy surten efecto. Es cierto, para que se decanten, sedimenten y refinen las emociones y los pensamientos que tenemos es necesario un ciclo de reposo o reclusión, reflexión y aislamiento, un compás de espera: somos criaturas de cuatro estaciones y varios climas y temperaturas aunque no lo sepamos, investiguemos y sintamos claramente. Eso fue lo que pasó. Debieron transcurrir algunos años para que salieran a la luz las semillas de girasol y las barbas de maíz de mi conciencia solar y phiana abierta a las cuatro esquinas del mundo y a Dios.


Para sobrevivir mental, espiritual y físicamente y dejar atrás la soledad, tuve que pasarme horas y horas estudiando, analizando, pensando, observando, midiendo, sopesando y transcribiendo mis anotaciones, ideas, conceptos, meditaciones y experiencias a varios cuadernos, y finalmente, tocado por el Buddha, aprendí a dibujar y simbolizar mis pensamientos y visiones o cavilaciones. Me vi forzado a cohabitar con seres tan desdichados como perdidos y alienados. Eso fue muy, muy penoso, lamentable y duro de tragar. La práctica fue rica y dolorosa a la vez, lo que sé hoy se lo debo a ese año de 1962 que alteró el rumbo de mi misión de vida y me alineó poéticamente con el Centro de la Tierra, el Centro de la Galaxia y las profundidades del Cosmos. Descubrí en esencia lo que más tarde llamaría el «Khristos-Âten»: porqué de las profundidades telúricas emana la luz del mundo. Allí, en Prangins, en ese bonito lugar con recovecos, vi el futuro del planeta y de los humanos, entre desgarrador y prometedor, me encontré más a mí mismo y sobre todo descubrí un signo raro que más tarde sabría era el extraordinario y salvador número phi. El Maestro Orfeo dirigió mis pasos. Lo que vi, leí, escuché y estudié no lo olvidaré jamás y le doy las gracias a mis padres y a Dios Todopoderoso por haberme dado el chance de bajar a las entrañas y subir a las cumbres del espíritu y hallar claves, símbolos y verdades ocultas a la mayoría de las gentes. Nada sucede por azar, si logramos atravesar el mundo de apariencias e ilusiones y llegar al núcleo, al numen de las luces, pero hace falta abrirse y permitir que la Naturaleza, el Campo, el Vacío, nos ilustren. Eso fue precisamente lo que me pasó en Suiza durante ese otoño crucial de 1962.


Øø. Al inicio, en 1962, Ø/ø, el insólito «phi» de Prangins, fue un signo que de repente una mañana a poco de llegar al sitio me vino a la mente, como caído del cielo, out of the blue, como dicen en inglés, de un modo espontáneo e imprevisible y por razones desconocidas para mí en ese lapso difícil y turbio de mi vida, con el fin de representar y figurar a la Clínica. Un signo mnemotécnico y aislado, nada más. Sin embargo, con el tiempo, este signo «phi» pranginoso, insólito, en apariencia sólo ideográfico al principio, acabó convirtiéndose por fuerza natural y superlógica, por aquello de lo que el poeta Charles Baudelaire llamaba correspondencias, en un signo críptico, numérico, matemático, teórico, ancestral, científico, filosófico, valioso, referencial y cósmico, perteneciente a una familia lejana y simpática con un cuerpo y espíritu de sucesivas y elevadas ideas de la más pura Tradición. Pero todo este conocimiento no lo vine a saber y reconocer sino muchísimo después, entre 1994-1995, cuando me avoqué en Madrid y Caracas a encontrarle una lectura nueva, una vibración mágica, secreta, a las letras y los ideoglifos o ideogramas. De repente me puse a traducir y hallar correspondencias y correlaciones entre los glifos de una fuente astrológica (Wizardry Text) y las letras del alfabeto y al revés. Encontré, escondido en ciertas ideas y símbolos gráficos, palabras y frases claves, un lenguaje y trasfondo oculto, secreto, religioso, hierático, además de maravilloso y colmado de adrenalina, que me dejó pasmado y perplejo por su sabiduría intrínseca y sagrada. Uno de los primeros enigmas que quise resolver era saber qué símbolo astrológico, personaje místico o idea correspondía con el insólito y críptico signo de Prangins que se me había ocurrido y permanecía siendo un misterio. ¡Qué carajo significaba! Entonces lo traduje y cuál fue mi sorpresa cuando me encontré con que tanto en mayúscula como en minúscula se le había asignado o le correspondía vibratoriamente, digo yo, en el índice de la Fuente Wizardry Text, a Orfeo, el famoso Maestro Orfeo, u Orfeo Blas, como llamo en Sérpulas a este amado guía y maestro, y por lo tanto con los misterios órficos que él originó, de los que se presume y se dice fueron los que precedieron a los misterios crísticos de la Cristiandad y se asemejaban a los misterios osiríacos y dionisíacos, porque el mito y sacrificio del dios viviente que muere y resucita y se libera de la materia carnal y ósea está presente en todos estos misterios iniciáticos (populares, paganos, de por sí siempre).





Así que antes de conseguir correctamente la equivalencia «órfica» al «phi» de Prangins creí, puesto que para eso había consultado una enciclopedia universal y un diccionario de lenguas vivas y muertas, que Ø correspondía a una letra escandinava.* Al seguir mis pesquisas poco a poco fui entendiendo que había que buscar ailleurs, en el lejano pasado, en los mitos negros y órficos y ahondar en la figura de Eurídice, la mujer amada del genial Orfeo, que se quedó en las profundidades, tornada en una especie de Proserpina que desaparece de la escena (mas no muere). Yo, al igual que Orfeo, asido a mi propio hilo de Ariadna, estaba pasando por una etapa infernal, adentrado en las profundidades abismales, simbólicamente proscrito, de las que tenía que ascender y salir vivo de las pruebas que por razones divinas me habían sido impuestas por el bien de mi alma. Amén de muchas consideraciones mi libro, El Orgasmo de Dios, se constituyó en Prangins en un diario herético que narraría cruda y visceralmente cómo se padecía, penaba, perdonaba, luchaba, resistía, se renovaba y resurgía para dejar atrás los calvarios y las cárceles del Infierno y llegar al portón áureo del Cielo en la aurora. La temible palabra «akseptar» o aceptar, en español normal, se constituyó en un primer mandamiento phiano para conseguir la liberación y asir la luz. En Harvard, Caracas, Prangins, París y México (1962-1966) me desatornillé y liberé, doblegando al Minotauro; pero también, igual que el profeta Juan de Jesús, vi claro y sin pelos en la lengua que vivimos en una esfera aún bastante troglodita, primitiva, bestial, hirsuta y simiesca, donde los humanos son todavía tan falsos, miedosos, injustos, vengativos, coléricos, ilusos e incapaces de ser felices y hacer felices a los demás, aferrados y atados con cadenas a costumbres, modas, credos y supercherías que los aturden e hipnotizan y hasta vuelven locos para que se hagan daño y se maten entre sí. Así que con el tiempo me di cuenta que el «phi» de Prangins no era cualquier cosa baladí. Era realmente el «phi» de Orfeo, un potentísimo talismán shamánico, una secuencia, sucesión de números simbólicos que se concatenaban en forma serial y premeditada de un modo asombroso, rítmico y lógico, y como había supuesto en un momento dado, cuando comencé a entender mejor su significado santo, el «phi» de Prangins era análogo a una espiral logarítmica, un molusco calcáreo, un girasol, rosa o datura enroscada circularmente en una sucesión militar de círculos en espiral con el objeto de que se cristalizara un fin preciso, certero y crucial: de ahí en adelante el PEQUEÑO YO VERDADERO Y LUCIENTE DE MI MICROCOSMOS subiría por la gran escalera en caracol (como lo había hecho antes y haría después el Maestro Orfeo) hasta el gran, radiante, fértil y sensual seno del GRAN YO VERDADERO Y LUCIENTE DEL MACROCOSMOS y se fundiría en él (para recompensar a Orfeo por su nobleza y sacrificio Pater Zeus convirtió su famosa lira embrujadora en la espléndida constelación de Lyra). Por lo tanto, a mi juicio, la estadía en Prangins fue una experiencia estoica, fulgurante, «pentecostal», apotropaica, de mucha autodisciplina y espíritu de gratitud y humildad, con ángeles y demonios, entre aleluyas y carcajadas locas e insultos, con pobres seres que dormían y dormían días enteros como drogados –cura de sueño lo llaman- sin pararse, en estado de estupor y desolación, con médicos que nos espiaban y chequeaban a diario, y es normal que un día por fin me topara con la imagen serena y complaciente del Buddha Sakyamuni en un salón de recreos porque, a fin de cuentas, el Paraíso no está sino en una frecuencia no demasiado lejana sino paralela pero a mil trillones de años luz de la pesadilla y alucinación picante del Averno. Gracias a Dostoievski, Rimbaud, Nietzsche, Miller, Picasso, Miró, Ravel, Bartók, Shostakovich, Stravinsky, Sibelius, Beethoven y las Upanishads salí más o menos eximido, limpio, aclarado, disparado, caminando solo de la Universidad de Prangins a la que algún día quisiera visitar de nuevo (esta vez sin previo compromiso) y pasar hasta el pequeño chalet Sans Souçi al borde del lago donde me hospedaron en un cuarto con ventana en el primer piso del que guardo tantos buenos recuerdos y saudades. Dios jamás me abandonó ni me negó su chocolate. Al contrario, me ayudó a no derrumbarme y me salvó. Ojalá mis hijos, mis amigos, y quienes me leen en este blog puedan a su vez matar sus tiránicos yóes falsos y malos, que no sirven para nada útil y positivo, aunque vengo diciendo que hay que inocularse e inmunizarse y para eso tener al menos un 5% de porquería, basura y hedor por dentro para liberarse, danzar su rumba como Shiva y poner su granito de arena en este concierto mundial que luce tan afocado, acocado y confundido. Todo santo tiene algo de criminal y pecador en su milenario y abultado bagaje terrícola. ¡Todo es compost!








Nautilus Abra. A123581321345589. La magick de Albrecht Dürer. Versión libre del Autor. Caracas. 2010. A mano izquierda la concha del molusco, un milagro de la Madre Naturaleza, pues reproduce con exactitud y armonía el bello diseño de la espiral logarítmica. A la derecha, un diagrama colorido de cómo se conforma una espiral logarítmica a partir de un rectángulo áureo basado en la proporción áurea y siguiendo escalas originadas en phi. Basándome en los trazos de Alberto Durero (1471-1528), el gran artista y maestro hermético del Renacimiento alemán resalto y matizo otro prodigio más de su maravillosa y famosa Espiral del Encanto. Semper lux amor pax or adonai veritas et fidelitas.


Phi el gran mago. Phi es la veintiunava letra griega (¡implícito un número Fibonacci!). Es un signo físico-matemático, usado en numerosas teorías, teoremas y explicaciones científicas como filosóficas. A la vez representa un prodigioso sistema cabal de organización natural y calibración matemática, un Principio, inclusive una especie de refinada abstracción metafísica y valor universal de proporciones, mediciones y correlaciones de altísima valía y potencia que, a partir de un decimal avanzado, el 15, se emparenta y coincide exactamente con la fórmula de la Sección de Oro o Proporción Áurea. Llega el momento capital, a partir del número o punto uno, por efecto de una “gota inteligente” en medio de un rectángulo de oro originario que se convierte en el espacio-número-base sagrada o Benben de la Unidad Primigenia y Primordial, cuando phi es la Referencia Universal, el Número de Oro que parece no tener fin y deviene la encíclica y apoteósica firma de la logarítmica Espiral de Durero del Divino Hacedor de las Galaxias Unidas, Interdependientes, Interactivas, Interminables y Gloriosas que los superingenieros interespaciales han estado usando atemporalmente de mil y una maneras cuando ponen sus huevos de la creación en determinadas secciones áureas del Universo a la Gloria de Dios. Lo que no entiendo bien es porqué ciertos teóricos tildan a la Proporción Áurea y al Número de Oro de irracionales. Debieran decir más bien que son supraracionales, superlógicos, superiluminadores o darshánicos, porque eso de adelantar o sumar añadiendo al de atrás me parece genial y samaritano. Creo que estas matemáticas son de un calibre muy especial e idóneo para mentalidades zen budistas y taoístas o panteístas porque de lo que se trata es de comprender que la Madre Naturaleza hace las cosas a una escala megacósmica con la razón de la intuición, a la velocidad del rayo, siempre con ritmo y armonía, tino e hipersensibilidad. El hecho que figuras geométricas como el cuadrado, el rectángulo, el cubo, el triángulo, el pentagrama, el pentágono, el octaedro, el dodecaedro, el icosaedro, el cuboctaedro romboidal, etc, que los pitagóricos y neoplatónicos modernos admiran nos pone a pensar y meditar. Nos indica que no es por casualidad o capricho que a uno le vienen ciertas ocurrencias profundas, que nada importante sucede sin una buena oculta razón que no siga una pauta espacial trazada y proveniente de lo interestelar, que el sufrimiento a menude conduce al desarrollo y la iluminación cuando se es tenaz, perseverante, constante, serio, puro, concentrado y dedicado, que la reencarnación existe y uno recuerda lecciones pasadas aprendidas y bien memorizadas. Así fue cómo yo capté que por lo menos en una vida pasada había sido heleno y científico. Adelante muestro la conversión y progresión de «phi» desde la fase de Prangins a la fecha.






89/55-El Número de Oro del Faraón Ramsés 3A Fuego Naranja de Aghartha y Orión. Composición del Autor. Caracas. 2010.

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